CAPITULOS GRATIS MALAK: LA HIJA DEL DESIERTO.

 CAPITULO 6 CABO ESPARTEL 

La superficie del mar era negra como la brea. Una luna timorata colgaba alta en el cielo nocturno, amenazado por nubes invisibles, arrojando una ancha franja de luz recorriendo el distante horizonte a estribor, cruzándose en su camino. El barco iba viajando a toda velocidad, cortando la tranquila superficie del plano océano, dejando una amplia estela de mar espumoso, cuyas miles de partículas eran recogidas por la luz de la luna.

––¿A dónde vamos? ––gruñó en francés el desconsolado lanchero.

––Pilota y calla, o vas al agua ––rugió Pete.

Me tenía preocupado. Solo tenía la aceptación de las niñas y Latifa para fiarme, y el hecho de que nos hubiera salvado cuando todo parecía perdido. Rubén dijo que conocía a tipos en el ejército que eran como él, potencialmente letales. Pete estaba tumbado en cubierta, apoyado sobre un codo. Su cuello ancho como el de un toro y brazos musculosos, grandes como jamones. Sus muñecas eran tan gruesas como mi cuello y era un hombre grande. Puede que tuviera barriga, pero su pecho estaba igual de lleno. Cuando se ponía de pie sobrepasaba a los demás en altura, pero era ágil y se movía como un gran gato.

––Mira hacia delante, sigue mirando. Si golpeamos algo a esta velocidad, el barco resultará dañado.

Rubén y yo habíamos estado haciendo turnos de treinta minutos para sentarnos y mirar hacia delante en la oscuridad, con la vana esperanza de ver cualquier obstáculo o basura en el agua antes de chocarnos y dañar el barco.

––Deberíamos ir más despacio, Pete.

Él nos ignoró. El joven lanchero tenía un ojo morado y el brazo izquierdo lastimado, ya que Pete lo había usado como una especie de palanca para hacer que accediera a dirigir el barco.

––Te matará. Os matará a todos. Este es su barco y vosotros estáis locos.

––Más tarde. Más tarde hablaré con el jeque. Él y yo somos viejos amigos. No tuve tiempo. Esta familia está en peligro mortal.

Ahora estaba gruñendo. Quizás su energía se estaba apagando y pronto se vendría abajo. El mero hecho de hablar parecía necesitar esfuerzo por su parte.

––¿Le conoces?–– El joven estaba sorprendido.

––Por supuesto que le conozco ––susurró fuerte. ––Él y yo somos como hermanos. Le pedí el barco y dijo que no, así que lo cogí.

––Entonces no es un barco robado. Nadie nos perseguirá ––exclamé con alivio. Rubén me miró a los ojos, moviendo la cabeza de lado a lado haciendo muecas, manteniéndose fuera del campo de visión de Pete.

––Adoquín ––dijo. ––No seas adoquín.

Le miré con el ceño fruncido. ––¿Adoquín?

––Sí ––susurró Rubén. ––Tonto.

––Bueno, no lo sé. Solo sé que deberíamos discutir a donde vamos. ¡Pete!

Él levantó la vista aturdido.

––Al Sáhara argelino. Devolveremos a las niñas a su hogar, a su lugar de origen. Fuera de Marruecos, con su gente.

––Estás loco ––se burló el lanchero. ––¿El Sáhara? ¿Vas a trepar sobre el Berm?

––Escucha, Abdul ––gruñó Pete.

––Phoenix.

––¿Phoenix? ––repitió Rubén, incrédulo. ––¿Phoenix?–– Entonces se rio mirando a Pete y a Masuhun. ––¿Cómo ha conseguido un contrabandista marroquí un nombre como Phoenix?

––Sí, Phoenix ––dijo el lanchero, parando el barco. Miró fijamente a Rubén con ojos furibundos. ––Es mejor que Rubén, el nombre de un terrorista judío.

––¿Judío? ––replicó Rubén.

––Vale, chicos, calmaos. Venga, Abdul… ¡Lo siento! Phoenix. Dinos cómo conseguiste tu nombre ––dijo Pete.

––Bueno ––empezó a decir el lanchero. ––Pero tú bromearás, y el judío se reirá.

––Vamos, Phoenix, el judío promete no reírse ––dijo Rubén, dándole una palmadita consoladora en el hombro. ––Vamos, cuéntanoslo. Estamos interesados.

––¡Vale, vale! Os lo contaré. Una noche, todos mis hermanos y yo fuimos al cine.

––¿Cuántos hermanos?

––Para, Rubén, deja que lo cuente.

––Bueno, la película era Gladiator, y me aprendí el discurso de memoria. Cuando está en la arena, ya sabéis. Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del Norte, general de las legiones medias, fiel servidor del VERDADERO emperador, Marco Aurelio, padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada, y alcanzaré mi venganza, en esta vida o en la próxima.

Rubén aplaudió entusiásticamente. Las niñas, quienes estaban despiertas para entonces, se unieron a él riendo, aunque no tenían ni idea de qué estaba pasando.

––¿Y? ––insistió Rubén. ––Sigue contándonos.

––Pues bien, todo empezó como Máximo. No me importaba que todo el mundo me llamara Máximo, incluso mi madre, pero la gente me hacía recitar el discurso cada vez que conocía a alguien nuevo. Luego se decantaron por Cómodo, lo cual pasó a convertirse en Joaquín, que simplemente no encajaba. Tras varios días de mucho pensar, empezaron a llamarme Phoenix.

––Vale, Phoenix. ¿Qué te parece si me dices qué tiene de malo mi plan? Yo había pensado desembarcar en Tarfaya, Tam Tam, o por allí cerca, para luego conducir hasta Zag. Desde allí podemos planear cómo atravesar el muro de arena para entrar en el Sáhara Occidental libre.

Tenía los ojos cerrados y hablaba con evidente esfuerzo.

––Hay controles, y campos de minas en el Berm. Y nadie lo traspasa, ni siquiera los luchadores libertarios del Frente Polisario, aunque tienen un tratado en vigor desde 1991.

––¿Controles? ––preguntó Pete. ––¿A qué te refieres con controles?

––Desde Tarfaya necesitamos salir del puerto. Luego conducimos hacia Zag. Carreteras malas, controles policiales, controles del ejército cada cien quilómetros. O podríamos ir a través de S’mara, pero quizás sea peor. Son muy concienzudos estos militares marroquíes. Tuve un amigo una vez que metió de contrabando en España tres gallos enanos, y los perros de la Guardia Civil no los encontró.

––Probablemente colocados. Los perros, quiero decir ––intervino Rubén.

––Está loco este tipo, este judío.

Las niñas y su madre querían usar el baño.

––Un minuto, por favor, y voilà.

Phoenix jugó con algunos mandos y se desplegó un panel trasero de desembarque que abarcaba toda la anchura de la embarcación. El panel fue bajado hidráulicamente hacia la superficie del océano. Se proyectaba casi un metro y llegaba a descansar a solo centímetros por encima del nivel del agua. Desplegó una pequeña escalera y ayudó a las niñas y a Tanirt a bajar. Les dio jabón y toallas. Luego corrió una pequeña cortina para ocultarlas de la cabina.

––Acogedor ––dijo Rubén.

––Para él y su compañía ––dijo Phoenix. ––Al jeque le gusta entretener algunos días.

––Aunque el auténtico misterio es como consiguió que los gallos enanos cerraran el pico.

Phoenix le miró y luego me miró a mí. Se encogió de hombros con una sonrisa. ––Loco ––dijo en francés.

––Por supuesto ––siguió diciendo Phoenix, ––podríamos continuar hacia arriba, hacia Mauritania, pero es un largo camino y no tenemos tanto combustible. Tenemos provisiones para unos días. Gasolina, agua, comida. Pero La Aguera está muy lejos.

––¿Eso es la península?–– Yo estaba leyendo atentamente un mapa, intentando seguir las explicaciones. ––Pero esto es el Berm, ¿no? El muro recorre todo el camino hasta el final de la península. Fijaros. Viene desde el mismísimo Marruecos y parte por la mitad todo el país del Sáhara occidental. Cuando casi está en Mauritania, divide la península de La Aguera, así que tendríamos que llegar al lado mauritano, a Nuadibu. ¿Cierto?

––Sí, pero está demasiado lejos y, de todos modos, la carretera desde Mauritania hasta Tindouf es terrible, y está llena de contrabandistas y bandidos. Los hombres de las tribus pueden ser un problema enorme. Un día ocuparon la capital, Nuakchot, y derrocaron al presidente y al gobierno. Y por eso los mauritanos revocaron su derecho al Sáhara occidental.

––¿Y qué hay de Villa Cisneros?

––Ahora se llama Dakhla. Ya sabes que los españoles lo usaban como base para sus operaciones esclavistas anteriormente. También, está demasiado arriba y nuestra gasolina no dará tanto de sí. Apenas creo que querréis repostar en aguas marroquíes. Y pensáis que el Berm, una pared de arena, no es un problema. La verdad es que está defendida por cientos de miles de tropas, y está minado por si acaso se os había olvidado. ¿Por qué hacéis esto de llevar a esta familia al Sáhara? Solo son gente pobre. No es asunto mío, pero lo estáis convirtiendo en un gran problema. ¿Por qué no las dejamos en la playa? De algún modo se las apañarán.

Pete había estado roncando, con los ojos cerrados, aún apoyado sobre su codo. De repente, como una cobra, se lanzó sobre el ignorante Phoenix, quien no le vio venir. Le cogió por el pie y arrastró al joven que protestaba hacia él. Luego le sujetó por la garganta con su gran mano.

––Esas son mis hijas, y estos son mis hijos. Me dices que no es posible llegar al Sáhara desde Tarfaya. Bien, te escucho. Tú perteneces a mi hermano el jeque. Gira en redondo ahora y llévales a Algeria, a Orán. Si hay algún problema o alguien toca a mi gente, te mataré.

Hablaba con gran esfuerzo, como si estuviera herido, y luego se desplomó sobre cubierta. Le tapé con una manta y le dejé dormir. Phoenix volvió hacia su timón y arrancó de nuevo los motores hoscamente.

Antes, la amiga de Pete, Latifa, no había querido embarcar. Dijo que se quedaría atrás. Ella no vendría con nosotros. Dijo que la ciudad era su hogar, que no tenía motivos para huir, y que no habría problema.

––Es un buen hombre, pero está enfermo. A veces perderá todas sus fuerzas. Se le llenarán los ojos de lágrimas y caerá en un profundo sueño durante horas, o incluso un día. Una vez durmió durante dos días. Más tarde despertará, pero estará muy, muy triste. Creo que las niñas le dan esperanzas porque a veces, tras sus ataques, no cree que tenga sentido vivir.

El barco arrancó, sus colosales motores ronroneando suavemente. Phoenix lo hizo planear firmemente hacia delante a un ritmo rápido, pero no frenético. Miraba hacia delante, hacia la noche, sin hablar. Parecía triste.

––Sabes que él tenía razón y tú te equivocabas ––le dije bruscamente.

––¿Por qué dices eso? No lo entiendes. Yo solo hice un chiste. Antes me gustaba, pero ahora… Ahora le odio.

––Piensa en ello, Phoenix. Deja a las niñas y a su madre en la playa sin dinero, sin hogar, y sin protección. Probablemente serán obligadas a tener sexo con hombres, por dinero o sin recibir nada a cambio. La madre, y quizás la niña mayor. Tendrán que tener mucha suerte de conocer a un buen hombre que viva según la ley de Alá. Más vale que la próxima vez te muerdas la lengua antes de decir tales palabras.

––Astagh Ferrullah[1] ––dijo tras un largo silencio.

––Alhamdo Lillah[2].

Miramos hacia atrás para ver a Tanirt colocar su mano sobre su frente. Phoenix se puso rojo. Lo habían oído todo y Tanirt parecía entender, a juzgar por la expresión de su rostro.

Malak, tumbada medio dormida de lado, sonrió y se estiró, cantando suavemente: ––Allaho Akbar[3].

Murdiyyah, quien había tenido el ceño perpetuamente fruncido desde que nos marcháramos, de repente sonrió, haciendo que yo le diera un suave codazo a Phoenix.

––Es solo una bebé. Podría ser tu hermana pequeña.

––Tú lo entiendes. Eres de aquí. Una niña es pronto una mujer. Es preferible que la tenga yo a que la posea algún hombre de las tribus que la maltratará. Es una pequeña joya, pero está sola, no tiene hombre, padre, ni hermano para proteger su honor. Todo lo que necesita es ser tan fértil como la arena en la orilla de un oasis cuando el sol sea el adecuado y la estación la mejor, y que ese miembro de la tribu, grande y brutal, más atrevido que sus compatriotas, corra con su caballo desde el desierto para tomar su botín.

––Ni pienses en ello, Gladiator. Pete te reducirá a pedazos.

––Bismillah N Rahman N Rahim[4] ––canturreó Rubén, haciendo que las niñas se rieran.

––Incluso el judío sabe cómo alabar al Señor ––dijo Phoenix, soltando una risotada sin ganas. ––Mira. Eso a nuestra derecha es Larache. Me gustaría pasar Gibraltar durante la noche. Ahí en esos estrechos es donde estará la acción y estaremos más en peligro.

––Cuando nos detuvimos para que las niñas se lavaran, vi un bote de aspecto militar acercarse a nosotros y luego darse la vuelta. Les parecimos familiares o algo así, y supieron mantenerse alejados ––dijo Rubén. ––Era una fragata o una corbeta.

Phoenix se giró y, mirándonos a Rubén y a mí, se encogió de hombros. ––Probablemente reconocieron el barco del jeque. Nos habrán examinado, probablemente habrán visto a tres pequeñas núbiles a la luz de la luna, y no quisieron interrumpir.

––Mentira ––susurró Rubén.

––Como iba diciendo ––continuó Phoenix, ––los barcos patrulla, británicos quizás, son nuestra mayor preocupación cuando crucemos el estrecho.

––Los británicos probablemente nos observen desde la cima de la roca con sus radares mientras beben té ––dijo Rubén.

––Y los contrabandistas ––dije. ––No olvides que estaremos pasando por las aguas internacionales de cuatro naciones diferentes.

––¿Qué pasa con la Guardia Civil española persiguiendo a los contrabandistas? Esto es más arriesgado de lo que había pensado ––dijo Rubén. ––¿Es buena idea?

––Mucho mejor que el Berm ––respondió Phoenix. ––Tú no entiendes lo que es el Berm.

––Bueno, pues háblanos de él. No vamos a ir a ninguna parte.

––Pensad en ello. Una pared de arena. En realidad, tres paredes de unos tres metros de alto que recorren más de cuatro mil quilómetros, dividiendo el Sáhara occidental en dos. Y el lado del Sáhara de la división está intensamente minado, así que es imposible pasar. Las diferentes demandas históricas sobre este país estaban siendo pacíficamente examinadas, y todavía lo están siendo. Marruecos, rompiendo con los mandatos de las Naciones Unidas, y con el apoyo de las naciones occidentales y sus gobiernos, ha construido este muro, ha dividido el país junto con sus habitantes en dos, y ha empezado una enorme operación minera para sacar fosfatos, y ahora están activamente buscando petróleo. El ejército marroquí, que tiene aproximadamente unos doscientos mil hombres, principalmente destinados a lo largo de esta pared, con un fuerte cada cincuenta quilómetros.

––Nos están siguiendo ––interrumpió Rubén.

Phoenix y yo giramos nuestros rostros bajo la brillante luz de la luna hacia atrás para ver a los recién llegados.

––Es solo una lancha motora con la bandera de la Marina Real Marroquí. ¿Puedes verlo, Moon? ––me tendió unos prismáticos.

Con dificultad por culpa de las salpicaduras y el balanceo del barco, perforé con mi mirada el cielo nocturno para ver la embarcación iluminada bajo la luz de la luna.

––Rayas de varios colores, principalmente azul, verde, y amarillo. Y sí, parece que lleva una corona de laurel en el centro ––informé. ––Y también nos están mirando con prismáticos, haciendo señales. Espera. Nos están diciendo que paremos. No, nos dicen que paremos y corramos. Creo que quieren una carrera ––me giré en redondo sonriendo. ––No puedo creer que quieran una carrera. ¿Qué deberíamos hacer, Phoenix? Deben conocer a tu jefe. Puede que hayan hecho carreras antes. Si no competimos contra ellos, empezarán a sospechar, y tendremos a toda la marina marroquí tras nosotros.

––Vale, hazles señas de que se pongan al lado. Tú, judío, baja con las mujeres. Tu pelo es del color equivocado.

––¿Qué quieres decir? He visto a montones de tipos marroquíes de pelo claro.

––Hazle caso, Rubén, por amor de Dios ––supliqué, los prismáticos aún clavados en el otro barco. ––Espera. El barco… están diciendo algo. ¿Cab? Cabo spo, cabo spa…

––Cabo Espartel ––dijo Phoenix. ––Es el primer faro de Tánger cuando giremos la punta. Ahí es donde debe querer que corramos.

––¿Pero podemos correr más que ellos? ––pregunté.

––Por supuesto que sí ––intervino Rubén desde el fondo del barco. ––Es un Interceptor Damon construido en Francia, capaz de llegar a los sesenta nudos cuando va a todo gas en un mar en calma. Y nosotros, nosotros somos la hostia en comparación con el Damon, con nuestros ochocientos caballos de potencia, la ancha manga construida para proporcionar equilibrio, y su súper velocidad. Este barco es el juguete de un billonario. No sé quien es este jeque, pero vaya barco.

Phoenix bajó la mirada hacia él y asintió con la cabeza. ––Sabes de lo que hablas, judío. Quizás no seas judío, sino nazarí. Y esos tipos del Damon piensan que tienen una oportunidad. Tal vez mi jefe hizo una carrera con ellos un día y les dejó ganar.

––Tu inglés es increíble, contándonos todo sobre esa pared. ¿Eres marroquí de verdad o eres de Essex? ––replicó Rubén, a quien no se le daba bien lo de dejar las cosas estar. ––¿Qué crees, Moon, deberíamos dejarles ganar? Y no voy a seguir escondiéndome. Es estúpido.

Reculó hasta uno de los asientos de la cabina, y le enseñó a Tanirt y a las niñas cómo ponerse el cinturón de seguridad.

––¿Y si les dejamos adelantarnos hasta, digamos, uno o dos quilómetros antes de llegar a Espartel, y entonces corremos y les dejamos atrás?

––Vale, Moon ––dijo Phoenix con una risa mientras los demás le miraban, excitados por la perspectiva de un poco de acción después de tantas horas metidos en la cabina. ––En Espartel, nos dirigimos un poco hacia mar abierto, para luego virar a estribor hacia el faro Malabata. Necesitamos ir más lentos desde allí, incluso antes, por culpa de las rutas comerciales y los ferris cruzando.

El barco de la Marina Real se puso en paralelo con nuestra embarcación a unos doscientos metros a babor. Podíamos distinguirlo claramente a la luz de la luna, y vimos a una o dos siluetas de personas moviéndose por el barco. Oímos una bocina, que evidentemente señalaba el comienzo de la carrera. El Damon se lanzó hacia delante con un salto, y nosotros le seguimos, con Phoenix manteniendo nuestra posición justo unos cien metros o así por detrás. Nuestros limpiaparabrisas funcionando a toda velocidad para lidiar con las salpicaduras lanzadas por la estela del otro navío, el cual, aunque alejado de nuestro babor, estaba girando, amenazando con cortarnos el paso en la excitación de la persecución.

––Lo está haciendo a propósito, rata asquerosa ––gritó Phoenix. ––Lo está haciendo para que perdamos nuestra posición de estribor, y para adelantar debemos atravesar su oleaje. Me está obligando a realizar nuestro movimiento ahora.

Se abrió gradualmente y comenzamos a hacer rápidos progresos hacia la otra embarcación, cortando hacia tierra, hacia donde nos estaba empujando, hasta el mismo límite de lo que parecía seguro, teniendo en cuenta que podría haber rocas o arrecifes, o algún otro obstáculo. El barco se movía a una velocidad increíble, aún así sin levantar el morro perceptiblemente ni vibrar, aparte del ocasional chapoteo de una ola contra su veloz casco y un gradual aumento en su rítmico balanceo. Y entonces alcanzamos al otro barco y le adelantamos. El otro navío empezó a quedarse atrás tan rápidamente que parecía no estar moviéndose. Traqueteaba y se sacudía violentamente en nuestra estela, y pudimos oír sus sirenas empezar a resonar. Rubén, ladeando el cuello a pesar de la estela, informó que estaba encendido con luces.

––Malos perdedores ––gritó entre risas. ––Eso les enseñará.

Nos acurrucamos en la cabina detrás del parabrisas y los protectores laterales para evitar la masiva estela mientras la hermosa embarcación cruzaba el mar iluminado por la luna.

––Ahí abajo está la ciudad perdida de Atlantis. Aquí, a las puertas de las Columnas de Hércules, como escribió Platón ––dije entusiasmado mientras continuábamos. ––Y pronto, cerniéndose sobre nuestro estribor, a la derecha para los amantes de tierra firme, veremos la luz del Faro Cabo Espartel barriendo el estrecho.

––Eso es ahora, Moon. Puedes ver como se mueve en nuestra dirección. Puedes ver el faro en sí, la luz misma.

––Sí, eso es. Y encima, por detrás, se eleva la colina de Jebel Quebir, coronada por una segunda torre que, mirad, podéis ver ahora que está vagamente iluminada. Debajo del cabo, cerca del faro, están las cuevas de Hércules, famosas por sus restos prehistóricos y previamente usadas como burdel.

El barco a la fuga corría sobre las tranquilas aguas iluminadas por la luna del Atlántico, provocando una estela brillante al deslizarse hacia delante, alejándose de Marruecos, acercándose a Barbate y España. Nubes ocasionales que tapaban despacio la cara de la luna nos sumergía a la embarcación y a nosotros, sus ocupantes, en una siniestra media luz. Miré fijamente hacia delante, hacia la ahora oscura y misteriosa costa española. Evocaba recuerdos de la última vez que había hecho ese viaje, esa vez que había puesto en peligro mi vida. Pronto cambiaremos de rumbo y nos alinearemos con España en nuestro lado de babor y Marruecos a estribor. Como si estuviera leyendo mis pensamientos, Phoenix habló, rompiendo el silencio que había reinado desde que sobrepasamos Espartel.

––Cambiaremos de rumbo en algún punto más o menos equidistante entre Espartel y Barbate, en España. Al quedarnos justo en el centro mientras cortamos a través del estrecho, cruzando las rutas comerciales, y pasando alrededor de petroleros parados y en movimiento, así como de otros barcos, seremos menos visibles para los barcos patrulla españoles y marroquíes. No es tan ancho; solo mide siete u ocho quilómetros en el punto más estrecho.

Tenía la radio encendida ahora y podíamos oír varios idiomas, predominantemente inglés, español, y francés, mientras los múltiples barcos negociando el estrecho hablaban entre sí o con los controles de Tarifa o de los diversos centros de control naval de la zona. El oleaje estaba aumentando mientras nos dirigíamos hacia el estrecho. Rubén dijo que se debía a un efecto de embudo, acelerando el poco viento que había un par de grados. También nos contó que las corrientes aquí eran muy fuertes, y que se debía al agua altamente salinizada del Mediterráneo abriéndose paso a la fuerza a ras del suelo por debajo de las aguas del Atlántico, las cuales entrarían simultáneamente en el Mediterráneo como una corriente rápida, compensando las corrientes que pasaban por debajo. Las aguas del Mediterráneo ruedan por la pendiente continental hasta entrar en el Atlántico, permitiendo de este modo que un constante flujo de agua salinizada fuera desplazado. Dijo que los submarinos alemanes, durante la guerra, venían al Mediterráneo y eran arrastrados por debajo de la superficie por la corriente, sin tener que usar su propia energía, así que no eran ni oídos ni detectados por los vigilantes británicos.

Nos acercamos a un petrolero enorme, su lenta estela permitiéndonos saber que se estaba moviendo. Su voluminosa figura se alzaba sobre nosotros cuando pasamos, óxido y suciedad incrustados en sus laterales, revelándonos el tiempo que llevaba lejos de casa y la escasa atención recibida por sus propietarios. Hacía falta poca imaginación para decir de dónde procedía el barco a raíz de su nombre, orgullosamente grabado sobre la colosal ancla cubierta de percebes. Las letras cirílicas eran ilegibles.

El mar se estaba volviendo más agitado mientras entrelazábamos nuestro camino alrededor de los ocasionales yates que viraban entrando y saliendo del Mediterráneo, un petrolero, y varios otros barcos de diversos tamaños. Las niñas y su madre se habían puesto de pie y se estaban moviendo un poco por el barco. Murdiyyah y Tanirt estaban vomitando. Malak, llena de preocupación, seguía animándolas con su habitual espíritu alegre. Yo estaba ocupado vaciando cubos y proporcionando agua y toallas. Entonces, inesperadamente, la radio nos trajo una voz poco grata.

––Les habla el control del Almirantazgo del estrecho. Lancha motora gris dirigiéndose hacia aguas de Gibraltar, por favor, identifíquese urgentemente.

––No estamos ni siquiera cerca de las aguas de Gibraltar ––protestó Phoenix.

––Contéstales, por amor de Dios ––gritó Rubén. ––Tienen cohetes en San Roque, artillería en Tarifa, y Dios sabe qué más tienen escondido en Gibraltar. Dame el micrófono.

Phoenix le tendió el micrófono y le explicó cómo usarlo.

––Hola, control del Almirantazgo. Somos un barco de recreo con base en Marruecos, disfrutando de un corto viaje. No estamos cerca de las aguas británicas.

Luego le dijo a Phoenix: ––Vamos, tío, acércate más a la costa marroquí.

––Pero no es Marruecos, es España. Es Ceuta.

––Hazlo de todos modos. Aléjate del estrecho.

––Al habla el control del Almirantazgo. Por favor, señor, identifíquense. Requerimos su número de ENISO y su nombre, señor.

––Mi nombre, señor, es Bullock ––dijo Rubén, usando su más pija voz inglesa.

Nos alejamos del centro del estrecho, hacia Marruecos y Ceuta. Al cabo de unos minutos teníamos un helicóptero dirigiéndose hacia nosotros desde el enclave español.

––Simplemente dirígete hacia Marruecos sin acercarte más a los españoles, por si acaso empiezan a portarse mal. Por ahora es solo ese pájaro vigilándonos ––dijo Rubén, quien parecía haber tomado el control.

––Buena idea ––dije. ––Después de todo, los británicos parecen haberse callado desde que oyeron el nombre mágico, Bullock. ¿Dónde termina exactamente España y empieza Marruecos?

––Seis millas náuticas que se extienden hasta el mar desde el enclave español; a partir de ahí volvemos a estar en aguas marroquíes ––contestó Rubén. ––Son doce según la ley internacional, pero como las aguas están en disputa entre Marruecos y España, se han contentado con seis.

Navegamos a lo largo de la costa hasta Tetuán, y Phoenix se dirigió a mar abierto, diciendo que quería salir y marcar un rumbo directamente hacia Orán, de modo que evitáramos la siguiente base española en la costa africana, Melilla, y a los españoles de nuevo.

La lancha motora se deslizó a un ritmo rápido durante varias horas mientras el sol surgía en el cielo. El ritmo solo se vio interrumpido ocasionalmente por Phoenix, quien detenía el barco y se arrodillaba discretamente en un rincón para rezar.

––Pero el barco va a la deriva y no te estás moviendo con él, así que probablemente no estás mirando a la Meca para nada ––dijo un aburrido Rubén, quien estaba ocupado poniéndose un traje de baño. ––De todos modos, ¿cómo sabéis dónde está la Meca? A ver, ¿es que hay una estrella brillando encima? Al menos Jesús tenía una estrella gigante cuando nació.

––El cometa Halley ––dije.

––El gran cometa que también apareció en el año 435 de la Hégira, el viaje del profeta ––dijo Phoenix. Y luego dejó caer una bomba: ––Nos estamos quedando sin gasolina. Uno de los tanques, que yo creía que estaba lleno, está vacío, así que ahora estamos usando el último tanque. Quizás tengamos lo suficiente para llegar a Argelia. Pero muy justo.

 

 

[1] N.: Busco el perdón de Alá.

[2] N.: Toda alabanza pertenece a Alá.

[3] N..: Alá es el más grande.

[4] N.: En el nombre de Alá, el misericordioso.

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