CAPITULOS GRATIS – EL CHICO QUE NAVEGO A ESPAÑA

Capitulo Uno.

El Elegido

 

La criada interna que vive con nosotros se marchó para estar con su familia durante las festividades. Pero el Ramadán ha terminado hace tiempo y todavía no ha regresado. A veces ocurre; están con nosotros hasta que aprendemos a quererlos y entonces se van. El hecho es que recientemente ocurre con todos los criados. Parece que alguien les hubiese dicho que se alejasen. Esperamos que pronto, algunos de los nuestros vengan y permanezcan, sustituyendo a los que se fueron. Ahora la Harira se compra en la tienda; no es lo mismo, pero ninguno de nosotros dice nada. Solamente Saúl, el más pequeño, se niega a comer.

“Mamá, ¿por qué no podemos comer la comida que prepara Fátima? Mamá, ¿dónde está Fátima? ¿Cuándo viene a casa?”

“Saúl, cómete tu comida, deja a tu madre en paz.” Mi padre habla con su suave tono autoritario; es fuerte y todos le respetan. Con su familia se muestra tierno, mas también estricto. Dice que un buen padre en realidad debe ser duro en ocasiones para cuidar de los suyos.

“No me gusta la Harira, no me la comeré.”

“Te quedarás ahí sentado hasta que te la comas.”

“Afra, es solo un niño, la echa de menos, todos la echamos de menos”          Mi madre le lanza una mirada de reproche “Saúl, la comerás por mí, por favor”

 

Más tarde, doy un paseo con mi padre por la calle de las tiendas. El lamento de los muecines avisa de que es la hora de rezar y Alá está observando. Visitamos la perfumería, donde los aromas a azahar, jazmín, kalkan, pachulí y millones de otras flores y hierbas cargan el aire fresco de la noche con esencias exquisitas transportadas por la brisa.

Quién sabe qué barcos recogerán esa esencia ambulante al pasar; allí un viajero puede notarla en momentos tentadores con un mero cambio de dirección de la brisa de la tarde, preguntándose dónde se originó. Un día, me marcharé en una embarcación hacia tierras lejanas y, así, veré por mí mismo quiénes son las extrañas personas que habitan las ciudades en el horizonte que se oscurece.

“Papá, ¿qué está ocurriendo en realidad?” Le hablo en inglés como siempre hago; él dice que es el idioma mundial. Me mira extrañado. “No se trata simplemente de Fátima y las criadas. No sé, es como una tensión nerviosa en el ambiente”

“Masuhun, ya tienes quince años; seguramente lo entiendes. En la escuela, al leer los periódicos que te doy, por lo que oyes a tus amigos y profesores. Tú eres un chico listo”

“¿Quieres decir que no encajamos, Papá? ¿Somos extranjeros y la cosa se está poniendo fea?”

Se giró y me agarró, sus ojos estaban centelleantes. Su máscara de indulgencia se cayó ante mis ojos y le vi como nunca antes le había visto.

“Nunca digas eso, hermoso hijo mío. Procedemos de un linaje muy, muy antiguo, y hemos vivido aquí desde tiempos inmemoriales. Desde mucho antes de que naciera el Islam estamos aquí, y hemos sido cristianos desde la era romana”

“¡Masuhun!” Grita mi nombre con fuerza, “¡Masuhun! Nunca te lo dije, tu nombre, el nombre que tu madre y yo y tu abuelo escogimos para ti” Aún me sujetaba, asiéndome enérgicamente por los brazos mientras me miraba a los ojos. Pude sentir su fuerza. En muchas ocasiones, él había tenido que defender nuestra tienda frente a intromisiones que nunca entendí, y ahora aquí estaba, abrazándome y amándome, a su hijo mayor. “Tu nombre significa, ´El que ha sido elegido´”

Sentí el vello de mi nuca erizarse; la razón no la sé. Era como si todo lo que soñaba despierto sobre mi destino, igual que todos los chicos hacen, estuviese a punto de hacerse realidad.

“Papá, ¿puede un nombre significar algo? Después de todo, normalmente no es más que una elección al azar o se toma de otros parientes llamados de la misma manera”

Su máscara había vuelto a su lugar, y de nuevo se convirtió en el hombre de buen temple, gentil y paciente; el hombre que todos conocíamos y estimábamos.

“¿Qué podemos saber, hijo? ¿Qué podemos saber? Tan solo aquello que se nos revela. ¿Cuántos padres, al descubrir el significado del nombre que han dado a su hijo, se preguntan cómo es posible que posea tantas de las características atribuidas a ese nombre y a su significado? Yo creo que, en muchos casos, el niño ya lleva ese nombre mucho antes de nacer”

 

“Salaam aleikum” Mientras caminábamos, intercambiamos saludos con muchas personas. Todo el mundo se comportaba de una manera educada y amable. En el herbolario, los camaleones dormían en su árbol. Siempre podía divisarlos inmediatamente. Había muchas hierbas diferentes expuestas en sus bolsas de arpillera de luminoso color rojo, naranja, verde o en tonos marrones, y cada una de ellas con su aroma único y propio. El gigantesco hombre sonriente que llevaba el negocio me premiaba con tres bastones de caramelo para mí y para mis hermanos. No se daba cuenta de que ya estábamos crecidos, estaba demasiado ocupado sonriendo.

Una mañana, mientras hacía un recado en el zoco con mi padre, llegué a una esquina y lo encontré sentado fuera de la tienda, con un gran libro en sus brazos, y con los primeros rayos del sol atravesando los tejados del zoco e iluminándolo, canturreaba los mantras del santísimo Corán. La mayoría de los tenderos eran amables, algunos de ellos de manera tosca, pues no conocían otra forma. Era un lugar maravilloso en el que crecer.

Volvimos atrás para regresar a casa. Era la hora de la Santa Misa y hoy nos tocaba ser el hogar-iglesia. Era algo que jamás mencionábamos fuera de casa por miedo a ser perseguidos, aunque oficialmente, donde vivíamos, era legal rendir culto libremente sin que importase tu credo. Aun así, no todos estaban de acuerdo, especialmente las autoridades.

Esa noche, a altas horas, ellos vinieron de nuevo, muchos de ellos. Cuando oí las voces alzándose en una pelea, agarré mi kaftan y corrí a la parte delantera de la casa. Mirando por el balcón, los vi rodeando a mi padre, atacándolo, y él les daba puñetazos y los derribaba. Había tantos que parecían una manada de lobos hambrientos acosando a un búfalo.

Entre gritos, salté desde la casa y me abalancé sobre uno tras otro, sacudiendo mis puños salvajemente, golpeando en carne y en hueso, hasta que vi un destello cegador. Más tarde, mi madre me despertó entre llanto y besos, seguidos por exclamaciones de alivio al ver que estaba vivo. Me contaron que peleó como un tigre, pero que lo habían dado por muerto. La casa estaba plagada de hombres, primos, tíos y hermanos. Cuando recuperé la conciencia les grité: “cobardes, bastardos, ¿dónde estabais cuando vinieron los asesinos?”

 

Dijeron que se estaba muriendo. Habían venido, los Amazigh, nuestra gente, pero habían llegado demasiado tarde. Corrí como un loco por la casa, diciendo que no moriría; ellos querían que muriese, pero no se estaba muriendo. Llegué al dormitorio donde yacía y me llevaron adentro con él. Me habló mientras yo le besaba, pidiéndole que no se marchase.

“Masuhun, encuentra el lugar de la piedra donde aparece la Santa Madre”

Luché para contener mis lágrimas. No quería que muriese; quería pasear con él, que pescásemos juntos, conducir, navegar; solo quería estar con mi padre. Con rabia, me di un manotazo en la cara—para detener mis lágrimas—pero ahora fluían libre y rápidamente, dejándome ciego.

“No papá, no te vayas; por favor, papá, papá, papá.”

“Masuhun, pídele a ella que nos proteja de nuevo, como ya ha hecho antes. Ella te escuchará, llevas el nombre de su hijo”

 

Aquella noche, juré sobre la sagrada tumba de mi santo padre asesinado que yo, Masuhun al-Rasheed ibn Afra ibn Youssuf al Imazigen, no descansaría hasta haber encontrado la roca bendita y me arrodille a los pies de mi santa madre. Solo tenía quince años de edad, pero el destino me había ordenado que me convirtiese en un hombre.

 

 

 

 

 

 

 

 

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