Capitulo Cinco
Caños De Mecca
Vagué sin rumbo por las vacías calles llenas de ecos del pequeño pueblo. El último contacto humano que había tenido fue con la anciana, y me preguntaba si solo había sido parte de un sueño.
El hombre mayor, Amador, había desaparecido completamente. Tan completamente que parecía como si, habiéndome traído aquí, él hubiera dado su misión por concluida. Bueno, de hecho había concluido, de todas formas había sido algo maravilloso por su parte el haberme traído tan lejos. Pero me encontraba tan solo que físicamente dolía dentro de mí; supongo que echaba de menos la compañía de su silenciosa sonrisa.
Vi a un extraño hombre muy dejado sentado en un banco y pensé en sentarme con él, compartir la botella de la que bebía a tragos, hasta que me di cuenta de que no podía hablar un buen español, aún estaba un poco oxidado. Un perro callejero me olfateo el pie, pero gruñó con malicia cuando intenté acariciarlo. Empecé a desesperarme profundamente, la horrible desesperación del perdido.
Luego recordé lo que había ocurrido cuando pensé que me había perdido en el mar. ¿Cómo podría olvidar de creer en tan poco tiempo? No estaba solo; mi soledad no era más que una ilusión. Y como si ilustrara mis pensamientos, el suelo a mi alrededor comenzó a vibrar como el estruendo de música heavy metal, o algo, que se acercaba. El morador del banco se levantó de golpe, sosteniendo su botella defensivamente mientras susurraba palabras allá hacia donde la disonancia crecía.
Una gran furgoneta vino lentamente girando la esquina haciendo tronar la música metálica a través de unos grandes altavoces adheridos al techo. Un revoltijo de tablas de surf, bicicletas, y demás parafernalia estaban apiladas en el techo y colgadas de sujeciones a los lados del vehículo. Miré con curiosidad mientras, muy lentamente, aflojó y paró junto a mí.
Una puerta se deslizó y abrió y dos chicos y una chica salieron. El interior parecía estar tan enmarañado de gente joven como lo estaba el techo con las tablas de surf. El más pequeño de los chicos, un individuo delgado de piel muy morena, me miró inquisitivamente.
“¿Tío tienes algo?”Lo miré perplejo, y la chica dijo:
“Hierba, hierba” Ella hablaba alto, como si pensara que yo fuera sordo.Así que contesté,
“English, please”
El Segundo chico, más grande, gordo, y con una de esas caras amigables, replicó:
“Ingleesh, please. ¡El hijo puta! ¡Solo Ingleesh, el cabrón!” Con eso, empezó a soltar risitas. Me di cuenta de que estaban drogados, fumando hachís. En mi país, solo los hombres mayores hacen esto. La chica se les unió, y varios de los que estaban dentro de la furgoneta sacaron la cabeza. El chico grande siguió hacienda comentarios, y pronto todos reían. Incluso el vagabundo del banco ofrecía su botella y hacía extraños ruidos de asfixia.
“Ven con nosotros, tío” Dijo el primer chico en inglés mientras indicaba con su cabeza que dos hombres uniformados caminaban hacia nosotros.
“¿Policía?” Pregunté. Simplemente se encogió de hombros, así que todos nos metimos en la furgoneta y salimos apresuradamente del pueblo.
Durante la noche, la furgoneta condujo silenciosamente sobre brillantes nuevas autopistas de suaves superficies mientras sus ocupantes, en su mayoría, habían sido barridos por los brazos de Morfeo, o la marihuana. Durmieron, algunos con la intensidad e indiferencia que solo la juventud y la seguridad poseen. Otros dormían más incómodos, y un atractivo chico en la esquina acariciaba a una chica mientras otro chico parecía estar sobándolo a él. Junto a mí, el muchacho que había conocido que me invitó a subir estaba desplomado, y otros estaban esparcidos de manera casual, con brazos y piernas entrelazados sin orden o cubriendo una parte de la anatomía del vecino que no parecía sufrir de incomodidad.
Debí haberme quedado dormido dado que al abrir mis ojos la gente a mi alrededor comenzaba a despertar, bostezar, y charlar.
“Mi nombre es Rubén” El chico me miró y me extendió su mano
“Hola, Masuhun.”
“ Este es David, y este chico de aquí en realidad no es un chico, es una chica, María”
Ella le lanzó un zapato en respuesta, que Rubén hábilmente esquivó antes de continuar
“Este de aquí es Claudio, lo conociste antes fuera; esta es María dos, o puedes llamarla María la guapa para distinguirla de María uno; y luego ahí está Juan; Lanzarote; y Eduardo en la esquina, parte del trío Juanito, Eduardo, y Toñi”
Algunos asintieron al oír sus nombres, aunque parecía que la mayoría tenía al menos una cierta noción del Inglés, pretendían hacer como que no.
“¿Qué quieres decir con eso de trío?” Preguntó Eduardo. Él era un chico grande, esculpido por sus esfuerzos en el gimnasio. Pero Rubén simplemente lo ignoró. Luego la chica Toñi entro en la conversacion.
“¡Sí! ¿A qué viene el meterte con Eduardo? ¿Además quien es tu nuevo amiguito? ¿Un mendigo, un sin techo buscavidas? ¿Qué es, qué, te cuesta encontrar amigos? ¿Además quien le dijo que podía subir a la furgoneta?”
Ella se enseñó un poco. Me estaba preocupando y pude verme siendo echado bruscamente del camion. Rubén me miró con una cara totalmente inexpresiva, luego me guiño un ojo. Claudio se sumó a la conversación y a continuación los otros. Parecía como si hubiese una sección elitista autoproclamada formada por un trío, con Claudio y María como seguidores. Hablándome en inglés, Claudio me hizo preguntas, pero me cortaba mientras respondía para hacer comentarios jocosos en español a su tropa. Reían y definitivamente no conmigo sino a mi costa.
Rubén metía cizaña de vez en cuando con tal de revolucionar de nuevo. Lanzarote, un guapo gigante de pelo rubio de Bilbao, simplemente estaba allí sentado sonriendo. Rubén me dijo que Lanzarote alcanzó la fama. Había rescatado a una chica de ser apaleada en Tánger para descubrir luego que no era una chica sino un chico. Lanzarote estaba sentado en la posición de loto y reía a todo lo que fuera dicho. Era otro librepensador, tan libre que había vivido con la chica algunas semanas, y luego huyó cuando ella intentó meterse en su cama.
María uno parecía una chica con buen humor y simplemente se sentaba tranquilamente mirando a través de la ventana a la noche mientras la furgoneta aceleraba a lo largo de la autovía camino al surf, grandes aventuras, y Caños de Meca.
Entonces empezamos a frenar y María uno avisó agitadamente:
“¡La pasma!” y luego “Y a la mitad del camino, bajo las ramas de un olmo, Guardia Civil caminera”
“¡Ey!” Pensé “Conozco eso, lo hicimos en el colegio” Magnífico, una chica a quien le encanta la poesía. Y completé sus palabras de memoria. Las palabras del increíble poeta español Lorca, de Granada. Lo había aprendido en francés y en la versión original Española. El profesor había insistido en que lo memorizáramos, dado que era verdaderamente bello.
“Lo llevo codo a codo. Antonio Torres Heredia, hijo y nieto de Camborios. Viene sin vara de mimbre, entre los cinco tricornios”
María me miró, sorprendida, pero con una sonrisa. Mirando hacia fuera por la ventana junto a ella, reconocí a mi Guardia Civil de Sanlúcar. María volvió a mirarme, y descubrió el súbito temor en mis ojos, me agarró y me llevó a la esquina, detrás del trío.
“Hay que esconderlo” Me echó una manta por encima, y el trío se echó hacia atrás. La tranquila y soñolienta chica tenía, sorprendentemente, autoridad en el grupo.
Podía oír a los civiles conversar con el conductor.
“Un individuo muy peligroso, igual planea algunos ataques terroristas. Pero nada sí no lo habéis visto, seguir. La palabra de un hijo de civiles de casa cuartel nos vale”
“Hombre sí queréis podéis registrar atrás, como les he dicho, son chavales, estudiantes, que van de excursión”
“Con tu palabra nos vale”
La furgoneta arrancó de nuevo, y María vino a destaparme. Nadie dijo nada, y ella simplemente me miró.
“¿Antonio, quién eres tú? Si te llamaras Camborio hubieras hecho una fuente de sangre con cinco chorros”
Citaba a Lorca con tanto ímpetu y pasión que me dejé llevar por el momento. El peligro había pasado, evitado por su mano, y esta increíble chica solo se sentó ahí tranquilamente citándome a Lorca.
Me miró directamente a los ojos y le devolví la mirada. Nos quedamos allí mientras todo lo de alrededor estaba en silencio, los ecos de las palabras de Lorca resonaban en nuestras mentes.
“¿Es cierto lo que dicen? ¿Eres un criminal, un terrorista?” Respondí,
“No, de ninguna forma” Ella dijo
“Sé que no lo eres. Pregunté solo por ellos”
Gesticuló a su alrededor para incluir a los otros.
“Le tuve que esconder. A Lorca lo mataron porque era hermoso y homosexual, y porque sus palabras les asustaban, y porque tenían el poder. Mataron al Camborio porque era gitano y porque podían. Y yo no quería que le mataran a él”
Luego las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, y Lanzarote estuvo junto a ella en un instante, meciéndola como lo haría con un bebé.
Rubén me dijo que no me preocupara, que simplemente era muy intensa. Me preguntó por qué me estaban buscando y le conté brevemente lo que había pasado en Sanlúcar. Me dijo que todo le parecía muy extraño. Luego la brigada de Toñi empezó a hacer preguntas y Rubén hizo maravillas para apartarlas. Noté que cuando el porro de Marihuana se pasaba, Rubén no fumaba. Y sin embargo fue él quien originalmente me había hablado sobre comprar algo de hierba. Tuve la idea de que era un observador; participaba en lo que quería, y nadie era su colega. Había mucho más de Rubén de lo que parecía a simple vista.
No fue mucho después cuando la furgoneta abandonó la carretera principal y, a través de la ventana, empezamos a ver destellos de mar. El camino transcurría a través de arboleda de abetos y entre amplias áreas de páramo salvaje, hasta que de repente conducíamos a lo largo de la costa y había grandes olas del Atlántico que rompían en la orilla, las cuales empezaban quizás a unos ciento cincuenta metros mar adentro.
Pequeñas figuras a bordo de ellas escalaban sus lados hasta la cima, otros montaban las olas apostadas en sus tablas. Algunos montaban permaneciendo rectos, los más habilidosos zigzagueaban mientras avanzaban o se introducían en el tubo creado por la ola mientras las cruzaban. El sol del amanecer brillaba desde el este y la mar radiaba con millones de penetrantes fragmentos de agua iluminada, que cogía sus rayos centelleantes y las reflejaba sin control, celebrando el nacimiento de otro día más de maravillosa creación. Todos en la furgoneta se mantenían ocupados poniéndose sus bañadores y trajes de neopreno y comentando las olas.
“Que olas, tío, que olas” Rubén me pasó una pequeña tabla y traje de neopreno, que rápidamente me puse. Todo el mundo saltó de la furgoneta en cuanto paró. Con las tablas bajo el brazo, corrimos hacia el mar. Sumergiéndonos en el agua, nadamos, remamos hacia los cachones y acortamos a través, o alrededor, de ellos.
El agua estaba fría, pero apenas podías notarlo con la euforia que nos había invadido. Esperamos en grupos, flotando en la zona tranquila donde los cachones pasaban y crecían, viendo nuestras olas venir. Luego una enorme apareció, demasiado para mí, Toñi, Lanzarote y algunos otros fueron con ella. Alguien montaba de pie y pasaba por el túnel de la ola, era grande. Quien quiera que fuera que se movía así, encontró las mejores posiciones en el corazón de la ola y permaneció ahí hasta morir la oleada en la orilla.
Rubén gritó “¡Esa era Toñi! Tío, sí que sabe surfear…”
Luego una grande vino justo donde estábamos y remé con las manos fuertemente para quedarme con ella hasta situarme justo tras su cresta y así dejaría de remar, era la ola la que me llevaría. Lo sentí enseguida, todo era cuestión de montar en el sitio exacto, ni demasiado adelante ni demasiado atrás. Pude sentir la necesidad de mantener el equilibrio mientras la ola me sostenía y me llevaba. La adrenalina corría por mis venas y me sentí increíble. Así que con mi confianza instantánea, intenté con cuidado levantarme, primero con las rodillas, y luego me coloqué tambaleante sobre mis piernas temblorosas.
De repente, ¡whoomph! Todo se me fue y fui cogido en la ola, mi tabla me fue arrebatada con violencia. Estaba dando volteretas, el agua me entraba por la nariz; el mar me sujetaba abajo. Tuve un pequeño ataque de pánico; No podía subir a la superficie y respirar, a continuación y de repente, mi imprevisto viaje acabó. Encontré mis pies, me levanté y bebí del delicioso aire fresco. Busqué la tabla a mi alrededor y me topé con un chico barbudo sonriéndome. Un chico con la cara como, bueno, el arcángel Gabriel. Quiero decir, que parecía algo bíblico. No era tan grande, pero sus hombros eran anchos y su cara era como si irradiara bondad, así que le devolví la sonrisa.
“Perdona, ¿te conozco?”
Dijo, “No” y como una especie de idea posterior, añadió
“pero has conocido a mi familia, poeta”
Enseguida supe quién era. Era nuestro conductor y probablemente el hermano de María.
“¿María es tu hermana? ¿Y tú eres el niño de las barracas de la Guardia Civil?”
Sonrió y se sentó, protegiéndose los ojos del sol mientras miraba al mar.
“Mira, allí está, mi pequeña hermana, otra hija de las olas. El único contacto que jamás tuve con la Guardia Civil es el haber sido parado por exceso de velocidad. Pero tengo la placa y la pinta. Y de cualquier forma, ellos no iban en serio”
“Mi madre me dijo, “cuídala, Mahatma” así que soy un seguidor, un groupie. Con ellos, es una especie de religión; solo siguen olas. Conozco a chicos, y chicas, pero principalmente chicos que solo hacen eso. No es como si las olas aquí fueran como las de Hawái, pero estos chicos lo abandonaron todo, carreras profesionales e incluso familia. Es cierto que parecen realmente felices. Quizás son quienes mejor lo saben, pero cuando enfermen o se hagan viejos, es mamá o papá o el hermano quien debe ayudarles. Yo, personalmente, soy más de catamarán”
“Y yo. Así es como llegué aquí desde África”
“¿Un barco grande?”
“Catorce pies”
“Estás loco chico”
Su nombre era Mahatma, y me dijo que aquella Guardia Civil no era la buena, ya que tenían un coche sin marcar, un agente de uniforme y otro de paisano, y no seguían el procedimiento. Luego me miró.
“Debes saber de qué va esto. Esta gente tienen sus protocolos y siempre los siguen, sin embargo esta vez…”
Así que le conté mi historia, y mientras acababa, María y Rubén vinieron hacia nosotros con Lanzarote. Se dejaron caer, agotados, en la arena a nuestro alrededor. Mahatma no dijo nada, supongo que absorbiéndolo todo en silencio.
Nos tiramos en el sol charlando, riendo y hablando de surf. Alguien trajo botellas de agua de la furgoneta. Una vez que los surferos habían descansado, comenzaron a volver a las olas. Fui con María y Rubén. Nos escapamos más allá de donde las olas prometían grandes cosas, esta vez, tenía la esperanza de poder mantenerme de pie. Esperamos, solo remamos con nuestras manos y nos reímos de las gafas de Rubén, esperando a la ola que llevara nuestros nombres. Perdí una belleza, por hacer el tonto, pero Rubén y María zarparon con ella. Los vi alejarse, lentamente poniéndose de pie, en cuchillas primero, y montando a la ola hasta la orilla.
Vi una verdaderamente bonita y remé como un loco para cogerla. Justo un poco más adelante, y estaba en su punto central, en equilibrio de tal forma que la ola me llevara, pero no demasiado adelante como para perderla. Manteniendo los límites, me apoyé en mi rodilla derecha, cogiendo el equilibrio antes de intentar el segundo pie, y luego me levanté, poniendo mi pie derecho delante y con el izquierdo atrás mantuve firme el equilibrio. La ola siguió su curso, y alcancé la playa aun en pie, solo perdí empuje, haciendo que la tabla se hundiera bajo mi peso. Los chicos me levantaron el pulgar como aprobación, y me sentí en la cima del mundo. Así que surfeamos y surfeamos hasta que las olas empezaron a perder su poder con el comienzo de la noche y la influencia de la Madre Luna.
Todos caímos en la arena, totalmente exhaustos, aunque emocionados y tremendamente felices. Todos me saludaron, e incluso Toñi me obsequió con una fugaz pero preciosa sonrisa. Me sentí tan realizado, completo, pero dentro de mí había un agobio, una voz en mi cabeza que decía “No olvides a tu padre, recuerda quién eres”
Mientras el sol caía, se hacían sándwiches y Mahatma comenzó a hablar, en una voz baja, pero podía ser oída por todos. María me había dicho que él era una enciclopedia de inútiles pero fascinantes conocimientos.
“Caños de Meca era una pueblo de moda para tomar las aguas, un spa, en tiempos del Califato, ¿sabéis?” Miró a su alrededor “Los caños son chorros de agua dulce, ríos subterráneos que se proyectan desde los acantilados, y que eran sagrados para los musulmanes”
“¿Y dónde estaban los españoles entonces?” Rubén le preguntó en Inglés, aparentemente para mi propio beneficio.
Hablé, y todos me miraron. Parecía como un ritual de iniciación, y yo era el nuevo.
“La primera invasión Musulmana no desalojó a los españoles. De hecho, pelearon con los Visigodos, quienes eran solo el dos por cierto de la población. El pueblo español era tan feliz viviendo bajo el dominio Musulmán como el Visigodo. El primer invasor no fue árabe, fue un Bereber”
“Vino en el nombre de los Árabes. Era un general Bereber, Tariq Ibn Ziyad, liderando a su propio pueblo, solo siete mil tropas, pero había jurado lealtad a Al-Walid, Califa de Damasco. Invadió toda la península, y el ejército árabe que lo seguía asentaron su reino un año después. Estos fueron el pueblo de Umayyad”
“¿Pero y tú gente, Masuhun?
“Éramos la raza de Tariq Ibn Ziyad, aunque muchos de nosotros éramos cristianos desde el tiempo de los romanos, y otros se convirtieron al cristianismo una vez en España”
“Y ahora Masuhun, ¿qué eres?” Preguntó María. “¿Cuál es tu fe?” De nuevo la pregunta, de nuevo la fe, qué importante es creer.
“Creo en Dios y en el bien. Soy nombrado por el Mesías, Jesús de Nazaret. Creo devotamente en un único Dios que cuida de todos, y acepto toda fe basada en Dios como uno mismo, solo que de diferente manera. Algunas personas dirían que soy un religioso ecléctico”
“¿Y qué pasa si decido venerar al demonio?” Eduardo habló con una mirada escéptica grabada en sus oscuros rasgos.
Respondí sin pensar
“Entonces has elegido el camino del mal, o quizás él te ha elegido a ti, y eres débil. Si solo estás de broma, será mejor que no lo hagas, porque hay poderes de la oscuridad que no puedes ni empezar a comprender”
Se puso de pie de un salto y me señaló fijamente, dejando claro que no era una conversación que quería tener. Por alguna razón, me desafiaba y avergonzaba a la mayoría del grupo.
Para evitar cualquier situación desagradable, me levanté, di las buenas noches, me fui cerca de la furgoneta donde Lanzarote y otros estaban durmiendo, y me puse a dormir.
Y otra vez mientras dormía, regimientos de caballeros llevando túnicas blancas con valentía, engalanados con cruces rojas marchaban tras emblemas y crucifijos metálicos que destellaban en el resplandor de un sol que se disipaba en el oeste. Y marchaban hacia ellos, potentes en número, los orgullosos regimientos revoltosos, con turbantes, del gran profeta del oriente. Pero los enfrentamientos, que eran innumerables, eran grandes hermandades luchando contra gigantescos males con aspecto de serpientes que emergían reptando de las filas de ambas tropas. Y entonces vi a un guerrero empuñando su espada, batallando frente a una enfurecida bestia. Vi su rostro. Era Afra. Era mi padre. Debí haber gritado, ya que al abrir los ojos, Rubén, María y el trío estaban allí. Rubén me agarraba el brazo.
“Una pesadilla, una pesadilla. Has gritado. ¿Estás bien tío?”
Asentí y me dirigí hacia la orilla, queriendo estar solo. Me senté allí durante un rato mirando el mar y la luna, mi inquietud se desvaneció tan rápidamente como había venido. Medité preguntándome sobre la gloria de la creación y di las gracias
“Gracias, mi Señor, por cada minuto” O como dicen los musulmanes, “Alhamdulilah” Excepto que ellos lo dicen en cada segunda respiración. Toñi se sentó junto a mí.
“¿Recuerdas tus sueños? Yo a veces, especialmente mis pesadillas”
La miré, era increíblemente dulce, perfecta en cada sentido.
“La palabra pesadilla se cree que viene de Íncubo o Súcubo montando en tu pecho como si fueras una yegua mientras duermes”
“¡Oh! Todas las cosas satánicas y religiosas fueron dadas como alimento a la humanidad y tragadas por todos antes del comienzo de la ciencia. Pero afrontémoslo, en nuestro mundo liberal, todo se basa en galimatías. ¡Eh! Subamos a una cafetería que conozco y piquemos algo”
Manifesté mi falta de fondos, pero mi estómago crujió sonoramente a la vez y rompimos a reír.
“No te preocupes, me lo pagas cualquier otro día” Dijo, y la seguí.