Capitulo Tres
El Coto Doñana
Salté desde la escalera del barco al catamarán. Todo estaba bastante en orden, ya que Jimmy y yo habíamos comprobado todo antes de reflotarla. Miré hacia arriba para ver el puente. Frank, el patrón, se llevó la mano a la gorra a modo de saludo, y yo se lo devolví. Se le veía triste, no sonreía. Me pregunté si era una impresión mía o quizá él era una de esas personas que se levantan de mal humor. No quería recordar así de apagada a una persona que había hecho tanto por mí y había sido tan buena conmigo, así que moví mis brazos inquisitivamente. Entonces sí sonrió. Eso me hizo sentir feliz y tranquilo en mi interior, y le devolví la sonrisa; la más grande y amplia sonrisa que pude darle mientras articulaba las palabras “Graaaaacias, gracias, patrón”
Su respuesta fue un gesto con su dedo que me decía que me portase bien, después, encendió el megáfono. “Encuentra a la señora, muchacho, y ten cuidado. No hagas nada demasiado insensato”
Solté la cuerda que todavía sujetaba mi embarcación al lateral del navío, dejé que la vela se inflara con el viento y el catamarán zarpó alegremente. La ladeé un par de veces y dije adiós con la mano a los marineros. De la noche a la mañana, el tiempo había cambiado: era un día soleado y agradable. La tormenta se había evaporado y un placentero viento fresco de Poniente soplaba desde África. La tripulación también me despidió mientras navegaba hacia la playa.
Mirando atrás, vi por primera vez el navío. Como había llegado a él por la noche, en verdad no había podido verlo. Era negro, con la parte delantera chata, tenía cabestrantes y gruesas estacas por todos lados. Toda una joya, según Frank me había contado, y se veía hermosa a la luz del sol. Entonces vi su nombre escrito en letras doradas y negras en el lateral, MV María, y debajo, como puerto de origen, Gibraltar. Así que me había oído. Había pasado mucho miedo, pero ella estuvo allí conmigo todo el tiempo. Cuando me encontraron, estaban regresando de Inglaterra, Portsmouth, un importante puerto inglés. Habían remolcado un barco hasta allí y regresaban a casa. El mero hecho de haberme encontrado fue, como Jimmy lo denominó,
“Un milagro. Masuhun, te apareció la virgen” Creo que eso era un dicho español, pero tenía toda la razón, la madre había intercedido por mí.
La playa estaba ya muy cerca y desierta, a excepción de ese pescador solitario que siempre suele haber.
Entré a la playa, a la arena, de lado para estar con cara, más o menos al viento al aterrizar y evitar el volcar en los pocos segundos que tenía para soltar la vela una vez en tierra. Comencé a subirla, por la arena a estirones, pero era duro. El hombre, el solitario me había estado observando callado y ahora dijo, “¿Pesa mucho?”
Yo dije que sí, pero como había olvidado bastante vocabulario español así como el uso del idioma, dije “English”.
Él respondió, “Ohh, engliiish. No engliiish”’ Sonrió e hizo un gesto, y luego caminó por la playa hacia donde crecía hierba en las dunas y volvió tirando de un cabo por encima de su hombro. Se pasó todo el tiempo hablándome y dándome explicaciones mediante signos. La subiríamos empleando su viejo torno de madera, que tirando del cabo arrastraría el catamarán. El torno funcionaba mediante una barra que él insertó atravesando la parte superior, y nosotros empujamos y tiramos para que el catamarán subiera por la arena. Una vez arriba y a salvo de las mareas y posibles tormentas, nos sentamos en uno de los estabilizadores y él se fumó un oloroso cigarrillo que llamaba ‘mis ducados’ mientras bebíamos agua que yo tenía en la mochila. Jimmy había reaprovisionado mis reservas a base de sándwiches recién hechos y té caliente en un termo.
Más tarde, encontré la pequeña casa a la que Frank me había enviado.
“En verdad no les conozco” dijo. “Pero parecen buena gente. Estoy seguro de que si mencionas mi nombre, te dejarán quedarte al menos una noche”
Por eso llamé a la puerta. Era una especie de casita de campo encalada con terraza, con una elegante puerta nueva y ventanas. A ambos lados tenía casas menos bonitas, aunque sus jardines resplandecían con el color de las muchas plantas que florecían en parterres, macetas y alféizares, y también colgaban de sus muros. La casa que estaba a punto de visitar estaba sumida en una sombra profunda, mientras que las colindantes se veían inundadas por la cálida luz del sol, haciéndola parecer, de algún modo, siniestra y amenazadora. Eché una mirada tras de mí y comprobé que el causante no era más que un enorme árbol que bloqueaba la luz. Pulsé el timbre y oí su sonido en el interior. Una señora de unos cuarenta años abrió la puerta. Y digo cuarenta porque su sobrepeso no me permitía discernir su edad. Lo único que podía afirmar con certeza es que no estaba en sus veintitantos. Podría tener cuarenta, cincuenta o incluso sesenta. Así que decidí considerarla una mujer de cuarenta años, y ver cómo evolucionaba a medida que la conocía.
“¿Qué quieres?”
“English” respondí.
“Pepe, un inglé, un guiri” Un hombre alto y delgado con una gran nuez apareció de repente a su lado, evidenciándose la diferencia de altura entre ambos y quedándose al costado de ella. Estiró su cuello sobre el hombro de la mujer y me miró extrañado, examinándome por encima de sus gafas.
“¿Habla ingliish pliisss?”
Me dirigí a él en inglés.
“Sí, señor. Me envía Frank. Dijo que ustedes me darían una cama por una noche y cuidarían de mi catamarán”
“¿Qué dice, qué dice?” la gruesa señora se entrometió en la conversación. “Que a mí me parece un guiri mu raro. Parece gitano o moro. De guiri poco. ¿Que é lo que ta dicho Paco?”
“Dice que su padre es Alemán, y que están en San Lúcar, y que se quiere quedar una noche a dormir”
“¿Y por qué no se va con su padre?”
“Porque el niño se vino en un barquito y no puede volver, y que mañana viene su papi a por él”
“¿Y por qué aquí?”
“Porque lan mandao, mujer. Tantas preguntas, parece una civila”
“¿Y quién la mandao?”
“El cura, la mandao, el cura”
“Con el cura voi habla yo”
La gruesa señora volvió a entrar en la casa, empujando al hombre alto, que la esquivó de modo que la hizo dar un traspié y casi caer al suelo. Yo estaba bastante preocupado, pues parecía que estaban peleando por culpa mía.
“¿Está todo bien?” pregunté tímidamente.
“Sí, todo bien, no te preocupes” Entonces me hizo el gesto de doblar su dedo, pidiéndome que me acercara. Yo adelanté mi oído. “No menciones a Frank aquí. A ella no le cae bien”
“¿Qué dice? Frank es un hombre bueno y agradable” le susurré como respuesta.
“Ella cree que él me lleva a conocer mujeres malas, que es una mala influencia”
“¿Frank hace eso?” me había quedado estupefacto.
“Le llevo yo” dijo en voz baja. “Él no quiere venir, pero viene. También jugamos a las cartas y bebemos. Oye, muchacho, ¿cuál e’ tu nombre?”
Le dije mi nombre, y él me dijo que tenía que ir a ver al cura para contarle la misma historia que había contado a su mujer para que no hubiese problemas.
“Graande problema, Masuhun. La Debo, es como bruja”
Entonces le conté un poco más sobre mi historia; simplemente que estaba buscando un talismán y que eso suponía visitar las iglesias históricas de la región.
“Un talismán, sí” Mientras me hacía un guiño intencionado, me pregunté en qué estaba pensando. “Y envían a un niño. Está mejor visto, nadie sospecha. Por eso telefonearé a mi primo Pepe y a un par de amigos. Tienen contactos y te ayudarán. Espera aquí, Masuhun”
Detestaba la idea de obtener ayuda de amigotes y de llamar a amigos y primos. Mi padre siempre consultaba con nosotros antes de pedir o hacer un favor, pues no quería ser injusto con los demás. Y eso rara vez ocurría, de todos modos. Siempre nos advertía de los peligros de unirse a clubs o sociedades con el objetivo de obtener favores o hacer amigos influyentes. Las amistades son para disfrutar, no se eligen por conveniencia –decía siempre-, y el resto está en manos de Dios. De buena fe habría aceptado la ayuda ofrecida por Paco para encontrar el camino, pero no así. Por ello regresé a la playa donde había conocido al viejo. Estaba junto a la orilla, todavía pescando. Me miró y movió sus manos en señal de pregunta.
“¿Qué pasó?”
Le agarré del brazo y dibujé en la arena una iglesia y una mujer con un niño. El por qué lo hice, no lo sé. Supongo que me daba tranquilidad. Solamente era un viejo con quien apenas podía comunicarme, y que acababa de conocer. Pero había algo en él que me inspiraba confianza.
“¿María?”
“María” dije. En nuestra tradición, el nombre de la madre era Mariam, pero aquí se le llamaba María, como el timonel había dicho. Igual que la MV María.
“Sí, María” respondí. Agarró el palo que había en mi mano y escribió 0700 en la arena. Yo dije mañana, y él asintió. Nos reímos y él lo repitió.
“Mañena, mañena” Su nombre era Amador y su barco también se llamaba Amador. Por un rato, nos pusimos a echar sus sedales de nuevo. Me enseñó cómo poner el cebo en el anzuelo para poder verlo chisporrotear por el cielo de la tarde y caer mucho más allá de lo esperado provocando la salpicadura más sutil.
Dejé a Amador, pues se hacía de noche. Mientras me aproximaba otra vez a la casa, me pareció ver a la policía, un todoterreno esperando en el exterior y, por instinto, me escondí. No sabía nada de la policía de este país, pero si los de mi pais sirvieran de ejemplo, lo mejor sería evitarlos. Un hombre uniformado estaba de pie junto al vehículo abierto, fumando. Era más o menos joven, llevaba el pelo corto y un bigote largo y colgante; miraba a su alrededor como si esperase la llegada de alguien. Oí un crujido entre los arbustos, y las tristes facciones de Paco hicieron acto de aparición. Se estaba llevando un dedo a los labios, advirtiéndome de que debía estar en silencio.
“La Debo, ha llamao a su sobrino, Julián. Él está con la Guardia Civil. Ella sospecha, cree que eres un terrorista o un ladrón. Tú duerme en la caseta esta noche y así pensaran que te ha ido”
Y así me condujo hasta el lugar donde había una caseta de madera improvisada. Yo cargaba mi mochila y mis pertenencias, y hasta los sándwiches que Jimmy me había preparado. Dentro de aquel espacio había una cama con manta, por lo que sería aceptable pasar la noche allí, pensé.
Entonces Paco cerró la puerta tras de sí. Pude oír que su respiración era más fuerte y más rápida. A través de la ventana, la luz de la luna entraba a raudales iluminando su cara, que había adoptado una mirada malvada y lasciva. Extendió un brazo para tocarme. “Eres muy hermoso”
El que yo fuese atractivo físicamente o no era algo que nunca me había planteado; después de todo, era un chico y no una chica. En nuestro mundo, los chicos se convertían en hombres, y su valía se basaba en la manera en que vivían y se comportaban. Lo que estaba ocurriendo no era bueno, por lo que lo esquivé y bloqueé su brazo con el mío, dándole una patada justo donde sabía que le dolería. Él se limitó a derrumbarse hecho un nudo mientras chillaba.
“¿Por qué? ¿Por qué?” gritaba.
Cogí mis cosas y me dirigí hacia la puerta, agarrando la manta que había arrancado de la cama. “Porque tengo quince años y debo decidir mis propios paradigmas vitales, así como mi propia naturaleza. No entiendo con exactitud, pero creo que querías abusar de tu poder sobre un conejo indefenso que, desafortunadamente para ti, tiene dientes”
Hui de allí bajando en dirección hacia la playa después de dejar al hombre encerrado en su propia caseta. Había aproximadamente un kilómetro de distancia hasta donde podía ver la silueta de Amador al contraluz de la luna. El barco estaba cubierto por toldos de lona hechos a mano, los cuales tuve que retirar para poder subir. Olía a pescado viejo, cuerda de cáñamo, lona gastada y combustible para barcos. Se trataba de un aroma increíblemente puro, honesto y natural. Tiré de las lonas hacia la parte trasera del barco para que estuviera tapado, me eche en el fondo y me cubrí con la manta para protegerme del frío nocturno que soplaba desde el mar.
Desenvolví los sándwiches y los devoré con hambre, para enseguida quedarme dormido y tener un sueño lleno de caballeros vistiendo túnicas blancas, y algo malvado, aciago y escurridizo que se insinuaba en el sueño, pues acababa con su cabeza cortada. Pero en el sueño también apareció una bella mujer con un niño.
Me desperté sobresaltado y miré a mi alrededor. Todo era negro, negro como el carbón. Por unos pocos segundos, no pude recordar nada hasta que el olor a pescado viejo y cuerdas lo trajo todo de vuelta a mi mente. El mar emitió un murmullo que, mientras yo escuchaba, se transformó en el sonido de las olas rompiendo suavemente contra la orilla. Entonces noté que alguien se movía sobre las lonas.
“Buenos días, muchacho” Amador me sonrió. No parecía muy sorprendido de verme durmiendo en su barco, sino, más bien que acababa de retirar las lonas precisamente para despertarme.
Hizo un gesto indicando que nos íbamos, y me ayudó a recoger mi mochila y la manta. Nos apresuramos a subirnos a un pequeño vehículo azul parecido a una furgoneta, vetusto y casi cuadrado, con unas pequeñas letras en las puertas anunciando a la gente lo que imaginé sería su nombre. Él lo confirmó señalando hacia sí mismo y diciendo “Amador”, y luego señalando al coche mientras le daba unos golpecitos cariñosos.
“El Tremendo. Se llama El Tremendo”
Así que nos pusimos en marcha. Hacia dónde nos dirigíamos, yo no lo sabía, en compañía de un viejo con quien apenas podía comunicarme, y en un país extranjero en el que lo poco que recordaba de su idioma me venía a la cabeza con muchísima lentitud. Sin embargo, me sentía feliz. Estaba de camino, había encontrado un amigo, y tenía a María y a su hijo para protegerme.