Capítulo Tres gratis, El Maestro – Malak: Hija del desierto.

El Maestro

 

Siempre tomábamos nuestras comidas en una sustancial y sólida mesa de madera. Larga, rectangular, y fabricada en sólida teca, con gruesas patas cuadradas y una especie de cosa triangular debajo para darle estabilidad. Era tan pesada que incluso mi padre tenía que hacer un esfuerzo para levantar uno de los extremos. No es que tuviera por costumbre hacerlo, sino que, harto de que le pidiéramos que lo hiciera, finalmente se rindió.

Mi hermano Saúl, mi hermana Tanamart, mi madre Kella, mi padre Afra, y yo. Esta es mi familia. Mi nombre es Masuhun, o Moon. No me gusta lo de Moon, pero no consigo librarme del apodo. Somos una familia antigua. Nuestros antepasados bereberes llegaron originalmente de la costa norteafricana, de algún lugar en Algeria. Y lo que es más importante: somos cristianos. Yo soy la oveja negra de la familia, ya que me he convertido recientemente en cristiano musulmán. Abracé el Islam hace solo unas semanas. El Imán me dijo que no les preocupaba que yo fuera cristiano. Puede que haya muchas incongruencias, pero solo quiero estar cerca de la gente, y qué mejor modo que entenderles y ser correligionario con la gran mayoría de mis compatriotas. Solo espero que mis compañeros católicos romanos no me excomulguen. Me gusta el nuevo Papa, el Papa Francisco, quien parece estar muy lejos de los presumidos con sotana, así que no estoy demasiado preocupado. La Madre les guiará.

 

Amé a Tintziri, la chica que ayudaba en la casa, bereber y hermosa, desde el primer momento en que la vi. Traía la gran sopera con la harira: la rica y humeante sopa de tomate, garbanzos, lentejas, y montones de otros ingredientes. Saúl aplaudió con alegre anticipación y Tanamart soltó una risita, siempre se estaba riendo, mientras la hirviente sopa era servida. Tintziri era una pariente lejana de una remota región feudal de Algeria. Ella me provocaba cosas, sin darse cuenta por supuesto, lo cual a menudo me hacía pensar que se acercaba con rapidez la hora de que me buscara una esposa, ya que no podía quitármela de la cabeza.

La primera vez que la vi, yo estaba sentado en el porche fuera de mi casa, y ella tenía los ojos clavados en mí. Su mirada estaba vacía, como si estuviera esperando a que pasara algo. Estaba cerca del cristal de la ventana de la cocina, pero no miraba dentro. Iba vestida con una extraña e inusual chilaba de apagados colores terrosos, con una especie de capucha escalonada en la parte más baja de su cabeza. Era guapa de un modo brillante e infantil, y aún así había algo en su apostura que despertó al hombre que había en mí de un modo inesperado. Así que me apresuré a ocultarlo torpemente, sin atreverme a ponerme de pie, sintiendo todo el tiempo que sus ojos habían detectado mi excitación y eso la divertía. Al volver a mirar su rostro, no descubrí una sonrisa, sino una expresión confusa.

––¿Qui-quién eres tú? ––tartamudeé, a lo cual ella no respondió en absoluto. Entonces mi madre salió y la vio. Se detuvo y se quedó delante de ella durante unos instantes.

––¿Tintziri?

Y fue como si un velo se hubiera levantado. Y su sonrisa parecía complacida, pero sus ojos seguían cuestionando con aspecto esperanzado, dubitativo, y aliviado al mismo tiempo. Cuando mi madre la abrazó, yo me pregunté si Tintziri y yo estaríamos destinados a estar juntos, ya que, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo, yo solo quería besarla, la quería para mí.

 

––Siempre está muerto de hambre y siempre está comiendo, y aún así, mírale.

Saúl estaba en movimiento todo el día, nunca paraba. Bullicioso y abiertamente entusiasta, pero siempre era educado con las personas mayores. De hecho, la mayoría de niños cristiano-bereberes de buena familia eran así; debemos haber hecho algo bien en nuestra cultura. Pero también lo eran los niños árabes de familias decentes, quienes eran enseñados a ser temerosos de Dios, se les inculcaba el miedo a Alá.

––Fátima no le quiere en la cocina ––dijo nuestra madre. ––Ella le quiere, pero creo que le tiene un poco de miedo desde que él empezara a gruñir, cacarear, e imitar animales. Cree que está poseído o algo así.

––Probablemente lo esté. Él sueña con que ella le encierre con toda su comida ––dijo Tanamart. Era una chica sana, la más alta de la familia. A sus quince años, era tres años menor que yo y tenía el carácter más alegre que he visto nunca en una niña.

––¿Qué te reconcome hoy, Masuhun? Estás muy callado.

Mi padre y yo estamos muy unidos, y eso hace que estemos muy en sintonía con el otro. Yo me sentía igual que cualquier otro día y mostraba, o eso pensaba, mis habituales expresiones faciales. También estaba actuando como siempre. Simplemente demuestra lo poco que sabemos sobre nuestro impacto en los demás.

––Bueno, es el colegio en el que enseño.

Todos se quedaron callados, temerosos de que mi madre volviera a ponerse furiosa. A ella no le gustaba mi decisión de ser musulmán y, para rematar, que me hiciera maestro en una escuela islámica. Me sorprende que no me haya echado de casa. Yo era solo maestro de inglés; ellos, los Imanes, nunca me habrían permitido que enseñara otra cosa, y por ahora es suficiente.

––Sí ––respondió mi padre. ––¿Cómo lo llevas?

––Me encanta. Los niños son muy diferentes a los que tengo aquí en la escuela católica. Son agradecidos. Es como si les estuviera haciendo a cada uno de ellos un gran favor personal. En realidad es bastante emotivo, y le ponen mucho interés. Tienen hambre de conocimiento.

––¿Entonces por qué estás tan abatido? ––replicó Afra. ––Normalmente estás lleno de alegría, contándonos todo tipo de historias antes siquiera de que tengamos oportunidad de interrogarte.

––Hay una niña pequeña que se sienta junto a la verja del colegio y mira entre los barrotes. Durante mis dos días siempre está allí, así que imagino que va todos los días que hay colegio. Creo que está viviendo la única versión que se le ofrece de ir al colegio. Bien, pues he preguntado al portero y a un jardinero, y ellos solo me dicen “familia pobre, gente baja”. Debe tener unos cinco o seis años. Me acerqué lo más que pude a ella, pero salió corriendo, como una cierva asustada por un ruido repentino que emprende la huida.

––¿Qué aspecto tiene? ––intervino Saúl, interesándose por el tema.

––Tiene un rostro hermoso. Es como un ángel cuando sonríe, y claro, ese es su nombre también. Le sonrió a una alumna que le dio un lápiz a través de los barrotes del colegio. Cuando sonrió, fue una buena sonrisa, una sonrisa cálida. Ya sabéis. A veces la gente sonríe pero no lo hace de verdad. Bueno, ella sí.

––Cuéntanos más, Masuhun. Por favor, cuéntanos más.

––Bueno, Saúl, está un poco sucia. Su cara, sus manos, y sus pies están negros de suciedad, y viste con harapos.

––¿Entonces es una Cenicienta? ––Saúl arrugó la nariz. ––Apuesto a que tiene dos hermanas feas.

––Hay cientos de niños así correteando por todas partes. Es solo que nosotros vivimos en las zonas protegidas. Hay barrios grandes que nunca hemos visto ––Tanamart se enfadaba con esas cosas. Ella siempre decía que nunca viviría en este país cuando se hiciera mayor. ––Si no eres amigo o primo de alguien, no tienes ninguna oportunidad. Y los ricos se sientan ahí y nos cuentan a nosotros y al mundo lo buenos musulmanes que son.

––Empieza ayudando a un niño y luego ayuda a los que puedas. ¿Hay algo que podamos hacer por ella, Masuhun?

Mi madre no quería que yo fuera musulmán ni que enseñara en ese colegio, pero le gustaba ser caritativa, probablemente para mantener las apariencias, pero era muy consistente con ello.

––Todavía no lo sé, madre. Hablé con uno de los ancianos que enseñan y me dijo que me mantuviera alejado. Al parecer el padre es un borracho maltratador y…

Mi madre me interrumpió: ––Más tarde, Masuhun, más tarde.

Pillé la indirecta. Mi madre disfrutaba restringiendo los comentarios inapropiados, pero Tanamart se oponía.

––No delante de los niños ––canturreó. ––Venga, oigámoslo todo sobre este paternal maltratador.

––Ya es suficiente, Tanamart, gracias––. La autoridad de mi padre era definitiva.

––Tiene una hermana guapa. No sé si tiene alguna hermana fea, Saúl, pero tiene una que es casi tan hermosa como ella. Una noche vino a buscarla.

––¿A Cenicienta?

––No, Saúl. Se llama Malak, que en árabe significa ángel.

––Bueno, creo que es un disfraz. Ella es Cenicienta.

––¿Y qué más descubriste sobre Malak? ––preguntó mi madre mientras encendía el incienso para ahuyentar a las moscas y mosquitos.

––Nada, en realidad. Me decepciona e incluso me enfurece pensar que la niña esté probablemente en las circunstancias en las que está solo porque un padre tirano con un problema de alcoholismo, al parecer, no hace nada para reparar la situación.

––Y nadie puede decirle que su comportamiento es inapropiado porque la ley de este país dice que es el rey de la casa y ya está ––ladró Afra. ––Y luego, en lo que concierne a enfrentarse a las asociaciones de gais, quienes están intentando imponer su derecho a corromper nuestra sociedad como han hecho en la mayor parte del mundo occidental, demuestran una mano firme y admirable.

––Allá vamos otra vez ––intervengo. ––Padre, tengo amigos que son homosexuales. ¿Quién sabe? No quiera Dios que quizás incluso Rubén resulte ser así.

––No es que tenga nada en contra de los homosexuales. Es solo que me opongo a sus objetivos políticos, a su deseo de propagar su cultura a los demás. Sé que los políticos usan a los gais del mismo modo que usan la religión: para impulsar sus causas, pero…

––Hay personas y parejas gais perfectamente respetables––. Ahora era el turno de mi madre de reconducirle.

––Sí, Kella, te lo concedo. Pero es todo una caja de Pandora. Junto con los respetables vienen los demás. La liberación sexual total no es una buena idea. Alemania y Austria, por ejemplo, tienen un creciente problema de pedofilia. Yo prefiero defender a los niños contra el mal doméstico que contra un mal que está asomando la cabeza, y contra el que una corrupta y blanda sociedad occidental no hace nada de verdad para detener. Y no hacen nada porque no es políticamente oportuno ir contra los bloques poderosos dentro de sus propios sistemas. Al ritmo que van las cosas, dentro de cincuenta años la pedofilia será un concepto tolerado en algunas sociedades occidentales, tal y como lo era en el pasado.

––Afra, pensemos en esta niña pequeña ahora.

––No hay mucho que podamos hacer ahora mismo, madre, solo esperar a ver qué pasa. Por ahora puedes rezar por ella y por su familia, incluso por su padre. Quizás no sea un hombre malvado. Quizás lo esté haciendo lo mejor que sabe.

Por la mañana, cuando me marchaba, Saúl me llamó desde la puerta: ––Masuhun, espera––. Vino corriendo hacia mí sacudiendo un osito de peluche. Yo sabía para quien era, y de repente me pregunté si debería haber evitado mencionar a la pequeña en nuestra casa.

––Solo dale este osito, Masuhun. Después de todo, yo ya soy grande para tenerlo.

Es cierto que el peluche estaba un poco comido por las polillas y perdía relleno, pero sabía que era su osito especial, el amigo que había compartido su cama y sus sueños cada noche. Así que le abracé y le besé, cogiendo el muñeco.

––¿Estás seguro, Saúl? Sé que es tu osito especial.

––Por eso sé que puede cuidar de ella como siempre lo ha hecho por mí. Y, Masuhun, sé que ella es Cenicienta, así que no me digas que no lo es.

De modo que el osito se quedó en el coche ese día, ya que era un día normal en la escuela católica en la ciudad junto al zoco. Los niños pertenecían a todas las denominaciones. Tenía gracia cómo la religión no parecía importar cuando la escolarización de élite estaba disponible. Bueno, los niños estaban bien, pero los árabes eran generalmente más respetuosos y, como resultado, más seguros. Había chavales entre los europeos que eran generalmente inseguros, con tendencia a presumir, muy centrados en ellos mismos, y cuestionando siempre mi autoridad. Recordé lo que mi padre había dicho en la mesa sobre lo de que otras culturas quisieran cambiarnos; quizás deberían empezar cambiando ellas mismas.

Yo disfrutaba enseñando inglés aquí. La respuesta era excelente y los alumnos aprendían rápido, así que la clase fluía y, como resultado, era divertida para ellos y para mí. Odiaba tener que pasar tiempo con cualquier niño en particular, ayudándole a ponerse al día mientras los demás hacían algún ejercicio. Si alguien no podía seguir el ritmo, yo iba más lento y volvía a explicar tantas veces como fuera necesario. No iba en detrimento de los niños más inteligentes, quienes también se beneficiaban de la constante reiteración. Los pocos padres que se quejaban, normalmente los europeos, quedaban satisfechos cuando les explicaba que mi sistema aseguraba que los alumnos recordaran y efectivamente aprendieran a hablar en inglés en oposición a simplemente seguir los pasos. En una ocasión le pedí a un padre que se sentara silenciosamente en el despacho mientras yo hablaba con su hijo en la clase de al lado, sin que el chaval fuera consciente de la presencia de su padre.

––Entra, Dani. Quiero hablar contigo. A ver, Dani, imagina que estamos en clase. ¿Cuál es mi regla allí en cuanto al idioma hablado?

Él pareció sorprendido por un momento.

––Hablamos solo en inglés.

––Buen chico. ¿Y te gusta estudiar inglés en mi clase?

––Sí, señor, mucho. Solo que… ––y vaciló sobre si debía seguir.

––Dilo, Dani. No me importará. Dilo.

––Bueno, es que me muero por empezar con el nuevo libro de lectura, Kim de la India, pero seguimos volviendo atrás y repitiendo.

––¿Cuándo empezaste a aprender inglés conmigo, Dani?

––Un año desde que empecé sus lecciones, señor.

––La mayoría de la gente se pasa años aprendiendo a hablar un idioma. Aún así, tú lo hablas con fluidez y sacas sobresaliente en todos tus exámenes. ¿No crees que mi sistema es bueno? ¿O es solo que tú eres un alumno excepcional?

El niño se rio tapándose la boca: ––Quizás seamos un buen equipo, señor. Una cosa, señor, ¿quién está sentado en el despacho escuchando nuestra conversación? ¿Es el director?

––No, Dani ––dije, riéndome sin poder evitarlo. ––Es otro miembro de nuestro equipo.

Bueno, el niño se puso tan rojo como una remolacha cuando vio a su padre, quien estaba bastante emocionado.

––¿Qué haces aquí, papá?

El padre le dio un abrazo y un beso como respuesta, y yo envié al niño de vuelta a su clase.

 

Yo no estaba cualificado. Yo era solo un estudiante, y todavía estudiaba gracias al sistema de horarios flexibles de la universidad. Así que era importante que le gustara a los padres, ya que era una experiencia útil para mí y me encantaba. Y también quería ser un líder, alguien que gustara a los niños. Mirando hacia el futuro, me di cuenta de que algún día ellos podrían ser aliados útiles. Y por supuesto, yo era maestro. Eso era lo que hacía y quería hacer con mi vida, y la satisfacción de ver a mis estudiantes florecer en la asignatura de la que yo era responsable. Era algo maravilloso. Por supuesto, siempre había esa urgencia que me dominaba, esa sensación de que había cosas que tenía que hacer, que se suponía que tenía que hacer, y ni siquiera sabía qué eran esas cosas mientras el tiempo seguía pasando.

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