Jeedah
Él cree que no lo sé, pero se equivoca. Algo busca. Posiblemente desee a Latifa. Es el tipo de hombre que le gusta a Jeedah a pesar de ser extranjero. Ella habría conversado con él. Ella siempre conocía a las personas.
––Si no sabes, niña, no hables con ellos. Deja que adivinen tus pensamientos ellos mismos si pueden. No digas nada.
A veces me ponía la mano sobre la cabeza y decía: ––Es inútil, Malak, tu rostro lo dice todo. Eres demasiado magnífica, demasiado orgullosa. ¿De dónde has salido, niña? ¿Quiénes son tu gente? Está en su sangre, en la de tu madre, y en la tuya, pero tú eres más especial. Nunca te rendirás.
Nunca entendí que sus palabras llegarían a significar algo para mí.
Murdiyyah debe decir que no. Siempre. Sé que él quiere hacerle a ella como a madre. Le mataré. Él lo sabe. Jajaja, él cree que soy Jeedah. Quizás lo soy.
¿Por qué permitió Alá que muriera? Sé que él no la mató, que solo pasó, pero se lo permitió. Y ella siempre decía que yo nunca debía culparle, que él solo es bueno, que debo hablar con él y pedirle que me ayude. Los hombres van a la mezquita para verle, pero Jeedah dice que él me escuchará desde cualquier sitio, que la playa es un lugar ideal porque hay mucha belleza alrededor.
Cuando ella murió, había un gato negro. Un gato negro y gordo. Tal vez ella esté en el gato. Quizás ella sea ahora un gato, dicen algunas personas. Dicen que ella no estaba bien, que era una bruja, que su hombre vivía aterrorizado por ella, que mi padre le tenía miedo. Pero ahora ella no está. Se ha ido y no tengo a nadie con quien hablar. Murdiyyah está demasiado ocupada charlando con los chicos, y también hará que ellos quieran metérsela. No puedo pelearme con todos los chicos del zoco. La última vez fueron tres. Cobardes. Tuvieron suerte de que estuviéramos fuera del Hamman. La señora del Hamman dice que soy una gata rabiosa. Trajo cubos de agua para limpiar la sangre; era toda la sangre de los cobardes.
Latifa es mi amiga, y juego con su bebé para que no llore. La bebé me tira del pelo y me pega; Latifa se ríe porque la quiere mucho. Creo que Latifa no debería dejar que la bebé me pegue, pero no me importa porque Latifa es su madre y Latifa es mi amiga. Comemos la mayoría de los días porque Latifa nos da comida; en casa no hay nada. Antes la gente solía traer comida a nuestro cuarto, pero entonces él se reía de ellos y les insultaba, así que dejaron de venir. Él tiraba la comida al suelo y la pisoteaba. Pero Latifa es amable y no le tiene miedo. Ojalá fuera mi madre en vez de, la de la bebé. Creo que no quiero a nadie; solo a Jeedah Hazzah, pero murió.
Ahí vienen esos chavales. Caminan con la espalda pegada a la pared. Les gruño y dan un salto. Yo nunca me busco problemas con ellos porque siempre se ríen y me insultan. Pero ya no. Saben que no tengo miedo y haría lo que fuera. Incluso les mataré si me pegan. No les gusto porque somos del Sáhara y no tenemos comida ni ropa, y mi padre siempre está pegado a una botella. Dicen que es una maldición de Shaytan, así que mi padre les pega a Murdiyyah y a mi madre, y los niños me pegan a mí. Estoy cansada. Era mejor cuando Jeedah estaba viva. Murdiyyah y mi madre siempre tienen mucho miedo. No entiendo por qué. Si no estuvieran tan asustadas, él las dejaría en paz.
El extranjero tiene una gran tristeza en los ojos y sé que es gentil y amable, pero también sé que camina en la oscuridad. No puedo verlo, pero lo sé. Es como si hubiera algo muy, muy malo caminando con él, y aún así también hay luz. Ha pagado vestidos para nosotras, y le está dando dinero a Latifa para que podamos ir al colegio. Ya voy a la escuela, pero de este modo será mejor. Espero que mi padre no venda los vestidos a cambio de dinero para botellas, como hace cuando le pega a madre y le quita el dinero que le dan por trabajar. Y entonces no tenemos nada, y Latifa nos trae cuscús y pan y a veces patatas, y mi madre llora. Me alegro de ir al colegio todos los días porque así puedo estar lejos de aquí.
Siempre voy a la casa de Latifa cerca del Hamman, y espero abajo en la calle, deseando que ella salga a la terraza a tender la ropa para que mire hacia abajo y me vea. Entonces llama: ––Malak, Malak, ven aquí––. El extranjero le ha dado dinero para que yo pueda ir al Hamman a bañarme al menos una vez cada semana. Latifa dice que él ha dicho que cada día porque tenemos insectos, Murdiyyah y yo, pero Latifa piensa que una vez es suficiente. La mujer del Hamman es la que me llama gata rabiosa. Ahora ella es brusca cuando me baña y me pega cuando estoy desnuda. Latifa la pilló y la tiró al suelo en el agua, y yo me reí, y ahora tenemos que encontrar a otra mujer para que me bañe, pero todas quieren demasiado dinero porque saben que es el extranjero quien paga. La gente del zoco cree que el forastero es estúpido porque da dinero a cambio de nada, así que todo el mundo quiere una parte. Si ellos le vieran como le veo yo, su lado oscuro haría que dejaran de reírse.
Sé que él se siente muy orgulloso de mí, pero creo que no está orgulloso de sentirse orgulloso cuando me mira a la cara y parece creer que me entiende, pero está muy equivocado. Creo que no está orgulloso de sentirse orgulloso porque siente que yo no soy nada para él, lo cual es cierto. Pero realmente lo soy. Supongo que Jeedah le ha enviado. O tal vez Jeedah ha ido a la playa y ha hablado con Alá, y él le ha enviado, pero Pete no lo sabe.
El gato negro viene ahora a menudo. Yo voy al mercado y le traigo pescado pasado. Él se lo come, lo cual es sorprendente ya que hay mucho pescado por ahí abajo; por lo tanto, yo creo que lo saborea porque soy yo quien le alimenta y en realidad es Jeedah. La gente nos ve a mi y al gato y están seguros ahora de que el gato es Jeedah y que yo soy también una bruja. Mañana me pondré mi vestido nuevo e iremos al colegio; ahora seremos normales como las demás niñas. Al fin tengo a alguien con quien hablar; el gato siempre escucha y ronronea a lo que sea que le diga.
Malak se acurrucó contra su hermana en busca de calor, sintiendo contra su piel desnuda el suave material del vestido nuevo que el hombre extranjero amigo de Latifa les había comprado. Se estremeció al sentir el frío que subía del suelo de tierra, cubierto solo por dos viejas pieles de oveja. Solo tenían una manta delgada para compartir entre las dos como colcha; la otra colgaba de modo improvisado de una cuerda de tender que había sido suspendida a través del centro de la habitación, para proporcionar algo de intimidad a sus padres, quienes yacían al otro lado. Su propio vestido colgaba de un clavo oxidado cerca de la puerta, en un intento por mantenerlo limpio para ir al colegio al día siguiente.
Latifa les había llevado a la Madrasa[1] tras pedirle permiso a su madre, Tanirt, cuando volvió de trabajar en la noche. Debe haber sido el hombre extranjero quien le proporcionó el dinero. Malak se preguntaba por qué. ¿Qué quería? ¿Por qué regalaba su dinero? Ella solo conocía una cosa que los hombres quisieran de las mujeres, pero ella no era una mujer todavía, así que sería algo Haram, completamente prohibido. De todos modos, ella le había mirado a los ojos, como Jeedah Hazzah, su abuela, le había dicho que debía hacer. Él era muy simpático, como pocos hombres que había conocido antes. Él no veía que ella fuera sucia, o pobre, o que él tuviera poder sobre ella y su hermana. Pero ella sabía que él estaba triste, muy, muy triste, y que ella, Malak, era feliz. Vaya cosa más extraña.
Jeedah siempre le había dicho que si se reía siempre y mantenía la cabeza alta, y era justa con su madre y hermanas, así como con otras personas necesitadas, todo iría bien con el amor de Alá. Ella le enseñó a Malak a siempre pedirle ayuda a Maryam, la madre de Isa, y a venerarla, ya que Maryam hablaría con Alá por ella. Malak sabía que su madre trabajaba e intentaba mantener el hogar unido. Pero ella le defendía a él contra ellas, aún cuando él le pegaba cada vez que llegaba a casa después de haber estado bebiendo con sus amigos.
––Perras asquerosas ––les gritaba. ––¿Por qué no hacéis algo?
Pero ellas no tenían dinero para nada, ni siquiera para comprar comida, y mucho menos una escoba o algo para limpiar o intentar hacer que su cueva pareciera más un hogar. La habitación olía a la orina en el cubo junto a la puerta, que era el mismo recipiente que usaban para todo. Pero el olor a orina también provenía de las noches de borrachera de su padre, cuando orinaba en un rincón sin molestarse en usar el cubo. Si Tanirt no estaba todavía en casa cuando él entraba tambaleándose, cogía a Murdiyyah del pelo y la zarandeaba por toda la habitación. Anteanoche, Murdiyyah estaba desnuda cuando él la atacó, orinándose por el susto. Al verla encogida de miedo, temblando violentamente con el líquido corriéndole por las piernas, él se creció por el poder que ejercía, que le hizo más violento. Cuando levantó un puño para golpear a la niña, Malak, enloquecida de rabia y temiendo que él intentara usar a su hermana como siempre lo hacía con su madre, se lanzó contra él sin miedo, gritando y pegándole con sus diminutas manos.
––Para, para ahora, tú, Shaitan[2]. ¿Cómo te atreves a poner tus sucias manos sobre mi hermana?
Su rostro cambió al retroceder haciendo eses, pero no le dijo nada a la pequeña de cinco años que se erguía delante de él, las manos en las caderas, aprovechándose de su ventaja, gritándole al hombre grande y acosador, quien se encogió visiblemente delante de ella.
––Sal de aquí ––le gritó con su vocecilla. ––Largo––. Y entonces ella gritó, y Murdiyyah gritó con ella, y el hombre se tapó la cabeza con sus manos.
Él se desvaneció por la puerta y no reapareció durante el resto de la noche. Las dos hermanas se abrazaron para consolarse, llorando de alivio ahora que el peligro había pasado.
Malak había hecho eso varias veces. La primera vez no había sido consciente de cuáles serían las consecuencias. Su madre le dijo más tarde que era porque, en su borrachera, había creído que Malak era su madre muerta Hazzah, de quien siempre se había sentido aterrorizado, ya que ella solía gritarle y pegarle hasta que él caminaba erguido y respetaba tanto a su familia como a su trabajo.
Todo el mundo decía que ella había sido una bruja, y cuando su marido murió “misteriosamente”, supieron que Jeedah había usado sus poderes. Oficialmente había sido un ataque al corazón, pero el barrio sabía que no era así. Jeedah Hazzah había sido una mujer maltratada, aunque ella siempre se había defendido. Desde que enviudara, se había entregado a la causa de proteger a todas esas mujeres del barrio, y a algunas más, que eran maltratadas regularmente por sus maridos o, de hecho, por sus hermanos.
Jeedah siempre había dicho que la culpa era del gobierno y de algunos Imanes ignorantes. De niña, ella había estudiado el Corán bajo la tutela de un Imán que había sido amigo acérrimo de su familia. Era conocido como un hombre amable y devoto. Juntos leían el libro santo, y él le explicaba que el libro estaba abierto a múltiples interpretaciones. Que Mahoma, quien no sabía ni leer ni escribir, se lo había dictado a amigos y seguidores en los que confiaba. Muchos versos nobles fueron tomados por personas y gobiernos malvados, y fueron malinterpretados hasta que, al final, la gente de todas partes empezaron a estar confundidas. Pero los genuinos devotos y fieles buscaron en su fuero interno y encontraron la verdad. Mahoma amaba a las mujeres y hacía todo lo que podía para protegerlas. Cuando las palabras Idri Buhunna o Daraba son usadas en los versos nobles, los enemigos del Islam dicen que significan golpear, aunque en realidad significan abandonar. Así que Hazzah sabía que cuando su marido le pegaba y decía que lo hacía en nombre del profeta, estaba mintiendo. El profeta quería que él la abandonara, que se marchara si sentía que ella le estaba desafiando. Y que al abandonarla ella llegaría a entender que estaba equivocada, si de hecho era culpa suya.
––Pero debes tener mucho cuidado. Un día él se dará cuenta y te matará.
Malak también sabía que nadie acudiría nunca en su ayuda, ya que era su padre y, según la ley, ellas, como mujeres y como hijas, tenían la obligación de reverenciarle como el cabeza de familia. A la edad de quince años, ellas pasaban de estar bajo la tutela legal de la madre para pasar a estar bajo la del padre. Fátima, su hermana mayor, les fue arrebatada el día de su decimoquinto cumpleaños por su padre y su familia paterna, y nunca volvieron a verla. La llorosa chica fue metida a la fuerza en la furgoneta de uno de sus amigos, mientras él reía y le decía que disfrutaría de su nueva vida. Su madre se sentía inútil y no podía hacer otra cosa más que protestar, lo cual consiguió que se ganara una buena patada por parte de su marido.
Uno de los dos chicos que le ayudaron a empujarla dentro de la parte trasera de la furgoneta parecían más gentiles y amables que el resto, asegurándoles a sus hermanas y madre que cuidarían muy bien de Fátima, mientras que su padre reía a carcajadas de fondo, como si le hubieran contado un buen chiste.
Su madre les explicó: ––El problema es que no somos de aquí. Somos forasteros. De otro modo, mis hermanos habrían venido corriendo para protegernos. Mi familia es del desierto, del Sáhara, y ni siquiera saben donde estoy.
La abuela Hazzah había muerto de algo llamado cáncer hacía algo más de dos años. Ella había visitado al médico, pero como tenían medios humildes, él le había dicho que debería irse a casa a esperar la mano de Alá, que era vieja y moriría pronto de todos modos. No le dio medicinas, solo unas aspirinas para eliminar el dolor.
Cuando llegó la hora y Jeedah Hazzah finalmente murió, Malak odió a Alá por permitir que su abuela, su única amiga de verdad, muriera de ese modo. Huyó corriendo hacia la playa y se quedó allí toda la noche, llorando y gritándole su rabia y su abrumadora pena a las olas. Furiosa contra el vacío que, por primera vez, contemplaba delante de sí. Latifa fue quien la encontró y la llevó a su casa, suavizando su enfado y su angustia con palabras dulces y algo de razonamiento. Así que Malak llegó a aceptar la voluntad de Alá, porque era lo que Jeedah siempre le había enseñado y porque Latifa, quien era amable con ella y con sus hermanas, le dijo que era lo mejor.
Durante las largas noches de verano cuando era una niña pequeña, daba paseos a lo largo del rompeolas con Jeedah y saludaban a la gente. La mitad de la ciudad estaría allí, disfrutando de la ligera brisa marina y el frescor después del calor del largo y ardiente día. Jeedah se sentaría en el borde de lo que una vez fue un parterre o contra la pared del rompeolas, y le daría unas monedas a Malak. La niña iría trotando hacia el puesto donde un hombre estaría vendiendo semillas tostadas de girasol y calabaza. Siempre habría otros hombres conversando a su alrededor, así que Malak se acercaba con cautela, aunque nunca con timidez, ya que Jeedah le había enseñado que mantuviera la cabeza alta y pidiera con valentía lo que quisiera. Jeedah le había dicho que las mujeres habían sido especialmente reverenciadas por el profeta, puesto que conocía el gran amor de Alá por ellas.
Tanirt conoció por primera vez a Mohamed, el padre de las niñas, hacía catorce años, cuando el velero en el que él trabajaba como pescador estaba lanzando sus redes en las profundas aguas del sur, cerca del Sáhara.
Una violenta tormenta en el Atlántico se acercaba hacia ellos rápidamente. El cielo empezó a oscurecerse de un modo ominoso, el firmamento retumbaba, y vívidos relámpagos comenzaron a caer no muy lejos de ellos, obligando al barco a correr en busca de refugio al puerto más cercano. Se detuvieron al entrar en el control policial que, sorprendentemente, estaba atendido por el ejército. Los marineros se miraron entre sí en silenciosa consternación, ya que para ellos los soldados normalmente implicaban problemas y generalmente estaban por encima de la ley a menos que, por supuesto, vinieras de una familia influyente o tuvieras los amigos adecuados.
Los soldados subieron a bordo y escoltaron la embarcación hacia la zona protegida. La tormenta ya estaba soplando para entonces; podías oírla gimiendo ominosamente a través de las jarcias de los barcos atracados, desencadenando un constante tintineo y golpeteo. Era una noche para estar en casa con una buena comida caliente. Tras ser interrogados individualmente y esperar a que registraran el barco, los cansados marineros recibieron permiso para bajar a tierra y encontrar una cafetería y algo para comer. El puerto era pequeño, y el pueblo parecía consistir de solo varias calles cubiertas con montones enormes de la arena que la tormenta lanzaba desde el desierto. Las pocas personas que se veían caminaban con sus capuchas bien caladas sobre sus rostros para mantener alejada la arena que volaba formando nubes atravesando la pequeña plaza. Se amontonaron dentro del solitario taxi del pueblo, un Mercedes azul y crema que debía tener unos cincuenta años. A las afueras, el taxista les dejó en el restaurante-tetería, el único que había y que estaba abierto, según les dijo el conductor del taxi, gracias a la construcción del Berm, la pared de arena.
Dentro no estaba muy bien iluminado; solo unas cuantas lámparas colgando del techo y sobre los muros arrojaban sombras y proporcionaban la más inconstante de las luces a los ocupados comensales. La comida olía bien. El mismísimo propietario, con su gran barriga y su voluminoso cuerpo, les anunció el menú en voz alta. Se quedó allí alegremente, con un gran delantal blanco, deseándoles a todos buenas noches.
––Hoy tenemos tajine y harira ––su rostro se quedó en blanco y se marchó corriendo hacia la cocina, para volver rápido. ––También tenemos kebabs.
La comida fue traída a su mesa por una chica impresionante. Llevaba un pañuelo rojo sangre sobre su cabello, lustrosos mechones negro azabache escapaban con rebeldía, y se los echaba hacia atrás continuamente con un movimiento de su cabeza. Sus enormes ojos gris-verdosos brillaban llenos de vida, reflejando los haces de luz de una de las lámparas. Se dio cuenta de la mirada hipnotizada de Mohammed y se rio despreocupadamente mientras los demás marineros hacían comentarios amistosos.
––Salaam aleikum ––dijo alegremente, y Mohammed se enamoró, sobrecogido por su inesperada aparición en el más improbable de los lugares. Le hicieron preguntas al propietario sobre ella, y él les dijo que más les valía tratarla como si fuera Haram, intocable.
––Llegó hace una semana y pidió trabajo. Ella podría haber significado problemas para mí, no admite tonterías de nadie que se muestre irrespetuoso, es una mujer libre de las tribus. Le di alojamiento, comida, y trabajo porque estaba en un estado lamentable cuando llegó, y el Santo Corán es muy claro en cuanto a esas situaciones. Quizás sea una fugitiva y pronto vengan a buscarla. Te rajarán la garganta tan pronto como te vean. Son gente dura del desierto. Ni siquiera le he preguntado de qué tribu procede y ciertamente mantendré las distancias. Además, no es una niña sino una mujer de pura cepa. Probablemente sea una auténtica leona.
Mohammed preguntó: ––¿Por qué tantos soldados? ¿Qué está pasando en este perdido lugar?
––El Berm, amigo mío, están construyendo el Berm y todos los materiales llegan por mar. Sin prisa pero sin pausa están aislando a la gente del desierto, los Imohagg. Esto será el sur de Marruecos, rico en petróleo, gas, y fosfatos.
––¿Y entonces la mujer no podrá volver con su gente una vez que este muro esté en su lugar?
––Los Imohagg son como fantasmas; nunca sabes dónde están hasta que los tienes encima. Pero el Berm es serio: tres hileras de muros, minas a todo lo largo, y una base cada cincuenta kilómetros. El único misterio es quién lo está pagando. Es cierto que a los trabajadores marroquíes de todo el país se les está descontando una pequeña cantidad de sus salarios, pero esto es un gran proyecto. Dicen que será más largo que la Gran Muralla China. Para mí no es un misterio. Son los americanos, los franceses, los británicos, los occidentales, los mismos de siempre. Ellos renunciaron a esta tierra hace tiempo y ahora la quieren recuperar porque es rica en petróleo y fosfatos.
Mohammed encontró a la mujer en la cocina, y le pidió que diera un paseo con él. Ella sonrió y le hizo sentar mientras trabajaba. Le hizo té. La chica le dijo que era una locura salir, que ni siquiera podrían hablar con el viento y la arena. Así que se pasaron la mitad de la noche en la cocina, solo charlando, y cuando Mohammed le pidió que fuera al norte para ser su esposa, ella accedió.
La tormenta continuó soplando al día siguiente. Encontraron a un Imán, el único en quilómetros a la redonda. La boda fue un asunto comprometido por las circunstancias. El Imán estaba relacionado con el ejército; era un robusto campesino con sentido del humor y muy romántico. Estaba absolutamente de acuerdo con la unión a pesar de la falta de todo.
––Alá es ciertamente grande. Nos envía instantes de belleza en las circunstancias más difíciles. ¿Quién lo hubiera pensado? Un hombre del mar y una mujer de la gente libre del desierto contrayendo matrimonio.
Así que se reunieron en el restaurante y leyeron la Fatiha, el primer capítulo del libro santo, e inmediatamente entraron en el contrato matrimonial, la Nikkah o Agd Al-qiran, con la bendición del Imán. El capitán del barco actuó de testigo por parte de la familia de la novia, y el barrigón dueño del bar hizo lo mismo por parte de la familia del novio. Zarparon hacia el norte inmediatamente después, dejando la Dokhla, la consumación del matrimonio, para cuando llegaran a casa y se hubieran enfrentado a la ira de Jeedah Hazzah.
[1] N.: En la cultura árabe, nombre que se le da a cualquier institución educativa.
[2] N.: Criatura malévola, el diablo, perteneciente a la cultura islámica.
0