La apasionante historia de la fe inquebrantable de un joven en sí mismo y en lo que representa. Cuando su padre es asaltado y golpeado a centímetros de su vida, Moon navega en su pequeño catamarán hacia la cara de una tormenta para llevar a cabo sus enigmáticos últimos deseos y encontrar a una persona misteriosa. Una acusación ardiente del mundo occidental de hoy visto a través de los ojos de un chico de quince años que viaja solo en la España de 2015, en una misión de vida o muerte. Sus sueños y la gente que ha conocido a lo largo del camino comienzan a mostrarle lentamente que la fe mueve montañas.
El Chico Que Navego a España (E-book)
CAPITULO ONCE, LA HORA LIMITE
«Todo despejado ahora. Comenzaron a registrarme, luego apareció otro auto, así que me dejaron seguir. Probablemente pensaban que era demasiado dulce y femenina para involucrarme con chusma como vds. Continuaré hacia adelante y me uniré con vds justo después de donde la vía de acceso de Conil llega a la autopista».
Entonces sucedió: de repente, esparcidos por la carretera había uniformes verdes, camionetas y automóviles. Bloqueando los tres carriles había vehículos de la Guardia Civil con luces azules parpadeando. Los guardias arrastraban cadenas por los carriles para paralizar coches fugitivos. Afortunadamente, aún no habían cubierto el carril tres, que era donde Horatio apuntaba con una increíble velocidad y chirriar de neumáticos. Pensé que el coche se volcaría con un cambio de dirección tan radical a una velocidad muy alta. Los guardias saltaban fuera del camino del fugitivo, como payasos en el circo de un elefante en estampida. Habíamos saltado el bloqueo y corríamos como locos.
¡Bo.! Emergencia! Recoja a los niños en la salida número 26 hacia Conil, al final de la vía de acceso, toque una vez al llegar. Este coche correrá, gravemente comprometido, hemos reventado el gallinero. Bo., confirma entendido. Mahatma, confirme lo recibido».
‘Entendido. Recogerá a los cabritos y gallina madre aproximadamente siete minutos. Buena suerte.’
«Mahatma aquí. Entendido, Horatio. Boadicea, tú saldrás a la autopista por la salida 34, no lo haga, no vaya a la autopista, continúe hacia la rotonda. El cruce que permite que el tráfico en dirección sur entre en esa misma rotonda, es el 26, lugar de recogida para niños, dale al claxon una vez, cambio».
Para escucharlos, parecía que hayamos estado de regreso en casa tomando té, en lugar de en una persecución de autos salvaje perseguida por la mitad de la fuerza policial paramilitar de España. Estaban tan tranquilos, mientras que mi boca estaba completamente seca y sentí un poco de náuseas. Rubén estaba callado y María temblaba como una hoja.
“Mahatma, dígale a los autos cinco y seis que merodeen por la zona de Conil, para recogerme. De acuerdo, niños listos para saltar mientras reduzco la velocidad, os deslizáis por la zanja de tormenta y rodáis hasta el fondo, luego os quedáis quieto por un mínimo de cinco minutos. Eustace, quédate con ellos».
«Mamá gallina, ¿sabes quién es?» Mi error. Rubén no se quedó callado, solo estaba pensando.
Horatio redujo la velocidad de los más de 250 km a los que debíamos haber estado viajando a menos de 100. Luego salió de la carretera, y cuando llegó al final de la vía de acceso, abrimos las puertas y saltamos, luego nos deslizamos hacia el barro en la parte inferior de la alcantarilla de tormenta. Nos quedamos allí tumbados unos buenos cinco minutos, mientras Eustace murmuraba: «Malditos niños», mientras Rubén se reía. Ciertamente no permitieron que las circunstancias los perturbaran. María me miró y sonrió, encogiéndose de hombros. Y todo esto con vehículos de la Guardia Civil, sirenas encendidas, pasando por la autopista y otros por la vía de acceso y hacia Conil, donde, en mi mente podía verlos corriendo detrás de Horatio por los carriles encalados y calles adoquinadas.
Los cuatro permanecimos en la zanja durante lo que parecieron siglos, hasta que el sonido de la bocina de un coche hizo que Eustace se moviera con una agilidad improbable para asomar la cabeza por la alcantarilla. Ayudamos a María a salir a la carretera y salimos. Afortunadamente, no pasó ninguna patrulla de la Guardia en ese minuto exacto, así que pudimos montarnos en el coche sin problema. Los coches cinco y seis anunciaron su llegada al cruce de acceso número 26 a Conil, con los ojos abiertos en busca de Horatio. Los vimos pasar en un instante mientras miramos hacia atrás. Fue reconfortante saber que no estábamos solos.
CAPITULO CUATRO, SANTUARIO
“¿Conoce bien esta zona, señor?”
Asintió y sonrió, así que continué.
“Solo necesito saber si hay una piedra aquí con la Sagrada Madre sosteniendo al Hijo”
Reflexionó por un momento.
“Amador me dijo que preguntarías”
“Oh, lo siento, no sabía que eran amigos”
“No, estabas demasiado intrigado con mi olor a burro”
“No, señor” salté “No quería ser irrespetuoso”
“Lo sé”, rio entre dientes “De todos modos, tenías toda la razón.
Cómo demonios lo has sabido es algo que se me escapa. Vivo con burros, ves, debes ser una persona muy intuitiva. Déjame contarte lo que sé sabe sobre la Sagrada Madre que andas buscando. En el año 711, un general Bereber, Tariq Ibn Ziyad, invadió la península y venció al rey Visigodo Roderic. El reino árabe fue posteriormente establecido y duró cientos de años. En 1309, el rey Ferdinando IV, acompañado por Don Alfonso, Don Álvaro Pérez de Guzmán, y otros nobles, expulsaron a los árabes de Gibraltar, una roca en el punto más al sur de la península y crucial para la dominación militar árabe. Fernando dio gracias al Señor por su victoria y dedicó Europa, la Europa cristiana, a la madre de Jesús bajo el título de Nuestra Señora de Europa. Una antigua mezquita en el punto mas al sur de Gibraltar fue convertida en un altar a la Madre de Dios, y una figura esculpida en caliza fue allí venerada. Veinticuatro años más tarde, los árabes, conscientes de la esencial importancia estratégica de esta roca, la recuperaron. Los habitantes del fuerte, devotos y fervientes en su creencia en la Virgen, llevaron esta efigie en sagrada procesión a tierra de dominio castellano y a salvo, a pesar de tremendos impedimentos y desafiando valientemente a las fuerzas invasoras”
“La fe ciertamente mueve montañas” Murmuré, tras ponerme al día con el relato.
“Piénsalo” dijo “Aquellos pequeños cristianos llevando el objeto de su fe, una efigie hecha de piedra caliza, posiblemente de escultores con un origen muy humilde. Todo lo que veían a su alrededor eran matanzas, oyendo los más horribles chillidos, peleas y armados guerreros árabes montados a caballo blandiendo sus cimitarras. Con dignidad y sin mostrar miedo, cantando alabanzas y glorificaciones a la Madre, marcharon en procesión a través de todo esto. Y a ninguno de los miembros de esta procesión les fue dañado ni un solo pelo”
CAPITULO SIETE, MEDINA SIDONIA REFUGIO DE CABALLEROS
La seguí por la playa. Llevaba un largo vestido de seda marroquí con una labor de agujas con hilos de oro a lo largo de los bordes. Era de un color cremoso y de corte abierto con solo un pañuelo de seda roja atado alrededor de su cintura para ajustarlo a su esbelto cuerpo. Su piel, allá donde el sol aún no había tostado, era de un blanco lechoso. Parecía haberse quitado la parte superior del bikini durante la noche, y como le había sobresaltado con mi pesadilla, estaba todavía vestida de cama, por así decirlo. El efecto fue bastante devastador. Sus pechos, firmes y juveniles, llenaban el delicado manto. Por debajo de la cintura, sus hermosos y jóvenes muslos descendían desde una aparente desnudez, la bata creaba la ilusión de que estaba desnuda bajo su lujoso tacto. En sus pies, llevaba zapatillas de cuero de Marruecos pintadas a mano que aleteaban en su caminar. Ella me miró con sus sonrientes ojos azules, tomó mi mano y envolvió mi brazo a su alrededor, acercando su cara a la mía. Podía sentir sus pezones rozar mi pecho. Podía sentir su calor y oler su joven y limpio olor salado. Luego, con una risita, se desenrolló, girando fuera de mi alcance, y salió corriendo por la calle, dejándome que la persiguiera.
El café, Su Primo Su Hermano, estaba lleno de gente joven. Parecía como si mágicamente el espacio se despejarapara nosotros a medida que pasábamos. Ella hizo girar muchas cabezas cuando entramos, como es lógico.
El nivel de ruido «Es una locura», dijo en un momento.
Para mí, era horrible. Salimos y encontramos una mesa con sofás blancos alrededor, allí, vacío como un oasis en el desierto. El resto de mesas y sillas estaban cogidas, y la gente andaba por ahí de pie con sus bebidas y conversando, gritando para hacerse oír por encima del jaleo. Una chica nos preguntó qué queríamos tomar, pedí limonada hecha de limas de Abu Dabi con un montón de hielo, pero de la misma forma anonadada en la que la camarera me miró, miré yo a Toñi. Toñi quería gazpacho con vodka, así que pedí lo mismo pero sin alcohol. Hubiera preferido las limas, de los árboles al borde del desierto en Abu Dabi. Son recogidos al hacerse frágiles por el calor, y luego trituradas y mezcladas con agua y miel para hacer zumo de lima, que era realmente un elixir de los dioses. Pero estaba en España, por lo que pregunté a Toñi qué era exactamente lo que habíamos pedido.
“Tomate, pepino, pimiento, todo en la batidora con un poco de pan seco. Limón y aceite de oliva, sal, y el ingrediente mágico que solo yo uso, el comino”
Se sentó frente a mí, tímida y delicada, de repente explicando los secretos de la cocina española. El gazpacho vino y me lo bebí de un trago gustosamente. Estaba increíble, pude saborearlo todo, hasta el comino; era tan frío y tan maravilloso. La música seguía sonando a todo volumen. Todo el mundo parecía borracho, o drogado, o algo y muchos tenían su teléfono móvil en la mano.
“¿Por qué hay tanta gente embobada con sus teléfonos?” Pregunté, bastante desconcertado.
“Ja, ja, así es como se comunican. La mayoría se quedarán toda la noche, se emborracharán o drogarán, y se escriben unos a otros. No creo que la gente se divierta realmente. Pretenden divertirse, y todos los chicos esperan echar un polvo y las chicas no hacen nada, miran a su alrededor y deciden si es chico o chica para esa noche. Los que tienen una casa a la que ir, muchos son hijos de hogares rotos, escapan en grupos y vuelven tambaleándose en su camino de vuelta despertando a toda la ciudad, solo para mostrar lo machotes que son. Las chicas menos atractivas hacen lo mismo en pandillas, insultando, orinando, y creando todo tipo de problemas a medida que van por ahí. Pero sus teléfonos, sus teléfonos son sus alfombras mágicas. Con ellos, pueden mandar mensajes a amigos que no ven o que no están allí y entretenerlos con historias de su increíble noche. Incluso pueden llamarse unos a otros y hablar sobre el chico o la chica que casi sedujeron y ¿sabes? Todo el mundo cree todo; Incluso ellos mismos aprenden a creer sus propias fantasías. Y las guapas chicas sexy, todas quieren los mismos chicos, y en el caso de que lo consigan, lo dejan caer para mantenerse en la cima, con lo que su feminista mami moderna les ha lavado el cerebro. Y si alguna vez se enamoran, normalmente es del mayor chulo. Ahora, las mujeres españolas odian a los hombres que son chulos, a menos que sea su hijo o el hombre que se están tirando. En ese caso, tiene que ser el mayor chulo de todos”
Me parecía que estaba llena de contradicciones, pero ¿quizás estaba hablando sobre diferentes tipos de chicas?
“¿Y qué hay de ti, Toñi, quién eres en este mundillo?”
“Soy de las chicas que no hacen nada, pero todavía tiene que decidir sobre el chico adecuado. No sé, hay muchas cosas aparte del sexo”.
CAPITULO OCHO, LA CUEVA
“Vete Satán” grité y colgué.
Sabía que seguiría llamándome, así que reventé el móvil de tecnología punta contra una roca. También fue mi declaración de separación total de un mundo donde la gente solo podía relacionarse a través de la tecnología, cediendo así el control de sus vidas a personas y organizaciones que no conocían personalmente. Acababa de salir de una vida protegida de ciertas cosas, pero apenas necesitaba ser mínimamente inteligente para ver lo que estaba sucediendo.
Pasaron los días y recuperé mi fuerza. Me bañaba a menudo en el arroyo, el agua estaba tan fresca y limpia que me sentía limpio no solo el cuerpo, sino también mi espíritu y mi mente. La comida se había acabado, pero una tarde de búsqueda de alimentos en el bosque detrás de mi cueva me mantuvo alimentado. Había higueras cargadas de grandes y jugosos higos negros que lavaba en el río y comía, con la cáscara y todo. Había manzanos silvestres y almendros por todas partes. Las almendras eran todavía jóvenes y algo gelatinosas, pero maravillosas para comer una vez que había batallado con la corteza que los contenía. Caminé desnudo la mayor parte del tiempo para tratar de conservar mi ropa, ya que era la única que tenía. Mi moreno natural volvió y me endurecí. Mis músculos se estaban desarrollando y parecía estar más delgado, pero aumentaba mi contorno, todo atribuible a un hombre de quince años de edad, camino de los dieciséis y viviendo en la naturaleza.
También tenía sus aspectos negativos. Por la noche, seguía teniendo visiones de cuerpos desnudos entrando en mi cabeza sin ser invitados. Me ponía tieso y podía sentir mis testículos hincharse. Entonces podía verla allí tendida, en éxtasis, esperando que mi virilidad entrara en ella. Me tocaba y emocionaba aún más hasta que me di cuenta de que era ella, en mi mente. Así que rezaba y pedía guía y los pensamientos se marchaban. Llegué a comprender por qué los monjes de la antigüedad solían practicar la autoflagelación. Era demasiado fácil desarrollar una conciencia del propio cuerpo y un amor antinatural de sí mismo cuando vives solo.
Una noche vinieron. Los oía mucho antes de que llegaran. Tenían perros, ya que podía oír el ladrido y el aullar. Por un instante me paré, petrificado, el miedo se apoderó de mí. Luego supe lo que tenía que hacer. Me vestí apresuradamente, entré en el agua y salí río arriba. Oí el ruido de los arbustos y los perros, así como los gritos de los hombres a mi izquierda, así que subí por la orilla de la derecha y continué río arriba. Después de eso, seguí caminando, alternando entre el arroyo y la orilla. Lo había visto en una película una vez; de esa manera los perros no dejarían de perder mi olor, en el caso de que lo hubieran cogido. Era bastante obvio que las fuerzas del orden público que me perseguían nunca habían visto la película. Probablemente estaban demasiado ocupados viendo fútbol. Cuando cayó la noche, bajo la luz de una luna llena, volví a mi cueva. Era el lugar más improbable para ellos de buscar, ya que ya habían barrido la zona. Escuché atento mientras me acercaba para cualquier tipo de sonido. El menor indicio de algo malo, y me iría como un disparo. Pero todo estaba en silencio en mi santuario, con la luna brillando sobre las pequeñas ondas de agua del arroyo. Me dio algo de sentimiento; después de todo, había sido mi casa por unos días.
Entonces, como un destello, recordé la manta. La había olvidado. Si hubieran tropezado con la cueva, la encontrarían, sabrían que era mi guarida, y si no eran totalmente estúpidos, me esperarían allí. Así que me alejé más, a una posición desde la que podía silenciosa y rápidamente volver sobre mis pasos y escapar. Me acosté contra un árbol y esperé. Calculé que dado que eran un grupo tan ruidoso, no pasaría mucho tiempo antes de que cedieran y rompieran el silencio, en el caso de que estuvieran. Mientras estaba allí, me di cuenta de la enormidad de la situación. Era una persecución, y yo era el perseguido, un sospechoso de asesinato. Ni siquiera media hora había pasado cuando una voz, un grito susurrado, salió de las sombras frente a la cueva,“¿Cuándo vendrá este tío cabo?”
“¡Joder! García, ya no vendrá ni él, ni nadie” “Venga salid todos, vámonos que el García ya ha levantado la liebre”
De repente, hombres salieron de detrás de los árboles por todos lados, armados con escopetas. Parecían cazadores, del tipo que persiguen pequeños conejos a sus agujeros. Bueno, no hace falta decir que luché contra mi deseo de lanzar piedras contra ellos y correr en la oscuridad para que se dispararan entre sí.
La apasionante historia de la fe inquebrantable de un joven en sí mismo y en lo que representa. Cuando su padre es asaltado y golpeado a centímetros de su vida, Moon navega en su pequeño catamarán hacia la cara de una tormenta para llevar a cabo sus enigmáticos últimos deseos y encontrar a una persona misteriosa. Una acusación ardiente del mundo occidental de hoy visto a través de los ojos de un chico de quince años que viaja solo en la España de 2015, en una misión de vida o muerte. Sus sueños y la gente que ha conocido a lo largo del camino comienzan a mostrarle lentamente que la fe mueve montañas.
113 páginas
Español/English
12.7 x 0.66 x 20.32 cm
978-1517701062
24 Diciembre 2015
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10.00€
Format | |
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Número de págs. | 113 páginas |
Idioma | Español e Inglés |
ISBN-13 | 978-1517701062 |
Dimensiones | 12.7 x 0.66 x 20.32 cm |
Peso | 122 g. |
Fecha de publicación | 24 Diciembre 2015 |
Editorial | Editorial independiente |
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